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Los pescadores volvieron a echar sus redes

Asistimos al retorno al trabajo a bordo del «Nuevo Pep Domingo», pescando entre Cap Blanc y Cabrera

A lo largo de una intensa jornada, el barco de 'bou' «Nuevo Pep Domingo» tiró sus redes. Foto: JULIÁN AGUIRRE.

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Tras dos semanas de paro, lo que en jornales perdidos se traducen en diez, la flota pesquera de Palma se hizo ayer a la mar. Y nosotros les acompañamos.

A las cuatro y media de la madrugada nos encontrábamos en el puerto de pescadores, donde nos aguardaba el patrón de la barca «Nuevo Pep Domingo», José Bonnín, natural de Alcúdia, de Can Domingo, de ahí lo de Pep Domingo. Media hora después nos hacíamos a la mar poniendo rumbo a Cabrera. Completaban la tripulación los hijos del patrón, Domingo y José Manuel, su yerno Juan Lorente y el marinero Reyes Martín, quien por norma general se queda siempre en tierra reparando las redes. Pese a que las previsiones no eran halagüeñas para la navegación, se había dicho que daría viento, nos encontramos con la mar encalmada hasta el punto que al medio día rozábamos la calma chicha.

Durante el trayecto hasta el caladero, Domingo y Juan nos estuvieron hablando de lo dura que es la vida en el mar, cosa que a lo largo de la jornada "doce horas, de 5 a 5" comprobaríamos y también de algo que ya sabemos todos, que en las huelgas casi nadie gana.

Porque, veamos, estas dos semanas de no faenar han supuesto al «Nuevo Pep Domingo» unos dos millones de pesetas brutos de pérdidas. Claro que por otra parte la protesta de los pescadores está más que justificada, puesto que en lo que llevamos de año, el precio del gasóleo ha pasado de costar 28'50 pesetas el litro a 60 pesetas, mientras que la distancia entre el puerto y el caladero sigue siendo la misma, pescar entraña la misma dificultad y las ganancias son menores. «Y menos mal que nosotros hemos realizado un reajuste en el motor, por otra parte obligado, pues tiene ya seis años, a fin de que consuma menos, logrando que el consumo haya pasado de los mil litros de gasóleo por día a los ochocientos cincuenta, que sino...» Como había pocas cosas que hacer, salvo navegar, nos tumbamos un rato en la litera, situada debajo de la proa.

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