Una vez celebradas las elecciones en Yugoslavia, con una reconocida victoria de la oposición de Kostunica por parte de la comunidad internacional, se ha puesto contra las cuerdas el régimen de Milosevic, que se resiste a acabar sus días en el poder y ha convocado una segunda vuelta. Esto evidencia, una vez más, la escasa capacidad democrática del todavía presidente yugoslavo. Incluso el tradicional aliado de los serbios, Rusia, ha decidido optar por la neutralidad y por no inmiscuirse en el proceso electoral y sus resultados.
Es preciso recordar que Milosevic, con sus actitudes y sus decisiones en la crisis de Kosovo, condujo a su nación a un enfrentamiento militar con la OTAN, que estuvo bombardeando sin tregua objetivos en todo el territorio de la república yugoslava. Y, en estos momentos, vuelve a enfrentarse a toda la comunidad internacional y, lo que es peor, a la mayoría de su propio pueblo en un intento desesperado de mantenerse en el poder a costa de lo que sea. Una multitudinaria manifestación en Belgrado exigiendo el relevo presidencial debiera haberle bastado para admitir unos resultados que le eran adversos.
Por su parte, el Ejército parece haber adoptado una actitud de no intromisión, que es la lógica en cualquier estado democrático que funcione con normalidad, aunque en el caso de Yugoslavia era difícilmente previsible cuál iba a ser su postura frente a este conflicto.
En cualquier caso, se trata de una crisis a la que deben poner fin los propios yugoslavos, sin intromisiones de injerencias extrañas, aunque sí con el apoyo de todos los demócratas. Milosevic debe aceptar el resultado de las urnas y no permanecer ni un minuto más en una presidencia que ya le ha negado su propio pueblo.