«He sido muy feliz en la vida» afirma doña María Úbeda, hermana del obispo de Mallorca. Esa mujer, de aspecto frágil pero firme, se ha mantenido siempre en un segundo plano. A pesar de esa discreción, ha trabajado mucho en la Iglesia. A sus 87 años bien llevados y declarados sin ningún rubor, ha tenido que aprender a manejar el ordenador para llevar la contabilidad de la Fundació Joana Barceló, un proyecto en el que lleva trabajando desde hace 18 años de ayuda y escolarización a personas que viven en el entorno de la calle Socors.
En Valencia, Eivissa y Palma, destinos de su hermano, doña María asegura haberse sentido muy cómoda conviviendo con su hermano: «Nos hemos ayudado mutuamente», explica. Ella eligió, desde muy joven, llevar la vida que lleva: «Antes de que mi hermano naciera "yo le llevo diecisiete años", yo ya había decidido servir a la Iglesia. Entonces, lo más frecuente era que una mujer se casara. Me pareció bien pasar por una ser una «solterona», aunque la seglaridad era el camino más incomprendido entonces. Ahora no me arrepiento en absoluto. He conocido a mucha gente, ya que en todas partes te encuentras con personas buenas».
Simpático, agradable y muy revoltoso es como recuerda doña María a su hermano Teodor: «Siempre tenía muchos amigos, no se peleaba con ellos, los llevaba a casa». La cosa no ha cambiado mucho desde entonces, ya que el Obispo siempre tiene su casa abierta y esa misma norma la aplica su hermana: «Yo siempre digo que vivimos aquí, pero que no es nuestra casa, es la casa de todos los mallorquines». Ahora, cuando disfruten de sus vacaciones en la casita de campo que tienen en Ontinyent, doña María y don Teodor también recibirán muchas visitas: «Allí tenemos dos hermanos; uno tiene ocho hijos y el otro, tres. Hay once nietos en total. Cuando nos reunimos, somos cuarenta. A mí me encantan los niños», explica con la sonrisa en la cara.