SELENE PIMENTEL
«Desde la oficina hasta la casa eran diez minutos en coche.
Normalmente, antes de ir a casa paraba para comprar tabaco, pero
después comencé a parar una segunda vez en un bar para tomar una
copa, después otra vez y otra vez. Quería frenar el momento de
llegar a casa porque el ambiente estaba enrarecido». Para
Alejandro, de 51 años, un emergente empresario del País Vasco,
volver a casa cada día después del trabajo se había tornado
insoportable. No lo sabía, pero se había convertido en un adicto al
trabajo.
En estos tiempos en que el desarrollo empuja a la competitividad profesional y existe un culto tremendo del consumismo, las incidencias de esta singular adicción no sólo van en aumento sino que pasan inadvertidas. Entre los casos de adicción que demandan tratamiento, el del trabajo no es muy frecuente. Los pacientes entran normalmente por adicción a otras drogas o por síntomas depresivos o de estrés. Diagnosticar esta enfermedad no es fácil, porque el adicto al trabajo siempre montará excusas que le impiden escapar de su dependencia. Para el adicto al juego la excusa es recuperar lo que ha perdido. Para el adicto al trabajo la excusa es generalmente la familia.
El médico psiquiatra José María Vázquez Roel señala que la adicción al trabajo surge de su naturaleza perfeccionista y competitiva. Esta enfermedad no está en el trabajo saludable, sino en el abuso de poder y de control, en un intento compulsivo por lograr aprobación y éxito. El trabajo compulsivo atrapa a la persona de manera que surge una necesidad incontrolable por ser extremadamente productivo y por mantenerse siempre ocupado. El dominio que el trabajo ejerce sobre el individuo pronto influye en todos los miembros de la familia, siendo una de las causas más importantes de ruptura matrimonial. Muchos adolescentes drogodependientes son hijos de padres adictos al trabajo, porque no tienen y nunca han tenido tiempo para ellos.