Para los mexicanos, el paso al siglo veintiuno significará mucho más que para el resto de los mortales. Porque el 1 de diciembre de este año y de este siglo que acaba el todopoderoso PRI (Partido Revolucionario Institucional) entregará el poder a un nuevo gobernante, el triunfador de las elecciones del domingo, Vicente Fox. Este ex ejecutivo de la Coca Cola, de 58 años, conservador, acaba de conseguir lo que nadie en las últimas siete décadas: derrotar a un coloso que con el paso de los años se había convertido en un organismo corrupto más propio de cualquier país del tercer mundo que de un México moderno, democrático y decidido a liderar el paso de los países latinoamericanos hacia el siglo XXI.
Se han producido, según los observadores, las elecciones más limpias de la historia del país, y los mexicanos han optado, claramente, por un cambio. No lo tendrá fácil el Partido Acción Nacional que lidera Fox para cambiar México. Un país inmenso, poblado por casi cien millones de personas, que arrastra problemas seculares que nadie ha sabido o ha querido resolver. Pobreza, analfabetismo, mortandad infantil, niños de la calle, regiones enteras "recordemos Chiapas y su revolución pacífica" ancladas en la miseria y el olvido...
Pero México es mucho más. Es también una nación joven, rica, con inmensas posibilidades de futuro, que puede convertirse en el país más poderoso y moderno de Latinoamérica. Y eso es precisamente lo que reclaman los mexicanos al votar a Fox: un cambio. Un giro que definitivamente traslade al país azteca hacia un mañana distinto, nuevo, libre de aquella imagen que tantas veces hemos visto en los telediarios: asesinatos políticos, denuncias de corrupción, fraudes electorales. Ojalá Fox sepa coger el testigo y hacer lo que le dictan sus millones de votantes.