Elián González, el niño balsero, ya está en Cuba tras un largo proceso judicial y, lo que es más grave, tras el trágico naufragio en el que perdió la vida su madre. Lo más positivo de los últimos acontecimientos es que el menor está con su padre, que es la salida más lógica en un caso semejante. Pero la historia del pequeño está salpicada de manipulaciones de orden político que en nada pueden haber beneficiado al menor.
El exilio cubano de Miami hizo del «caso Elián» una bandera del anticastrismo, convirtiendo al niño en un arma política en contra del régimen de la isla caribeña. Por su parte, Fidel Castro utilizó también a Elián convirtiendo su historia en una cuestión de Estado. Tanto los unos como los otros han aprovechado la dramática historia de un niño al que han convertido en el centro casi único de la información.
Es evidente que hay que pedir al régimen de Fidel aperturismo y democracia, pero esto debe hacerse con la palabra y con el diálogo, no con la manipulación. Instrumento éste en el que han demostrado ser unos maestros tanto el régimen castrista como el exilio de Miami.
Ahora, el peligro para el pequeño Elián está en la misma Cuba, donde debieran darse las circunstancias precisas para que el menor tuviera una incorporación gradual y sin traumas a la cotidianeidad, a la vida normal. Pero en la isla seguirán las manifestaciones y se seguirá convirtiendo durante un tiempo al pequeño en un símbolo de un triunfo del régimen.
Si hay algo que no necesita en absoluto Elián González es más dosis de medios de comunicación ni más baños de multitudes. Es absolutamente necesario que le dejen vivir con su padre con normalidad, como si nada hubiera sucedido, aunque es previsible que por el momento esto no ocurra.