Cuando nos encontramos ya de lleno en la época de las celebraciones festivas de verano surge de nuevo el asunto de la seguridad que conllevan determinadas actividades, en especial las pirotécnicas. En la víspera de Sant Joan, fallecía una joven de 18 años en Arenys de Mar a causa del impacto en el pecho de un cohete pirotécnico presumiblemente lanzado desde alguna colina cercana o desde un bloque de pisos, aunque esto deberá determinarlo la investigación policial.
En cualquier caso, es frecuente que se produzcan accidentes, en la mayor parte de los casos de mucha menor importancia y sin las funestas consecuencias de éste último. Pero eso es algo que debe movernos a reflexionar sobre las condiciones en las que tienen lugar actividades como los «correfocs», o los castillos de fuegos artificiales. Y, también, sobre quienes pueden o no comprar y manejar estos peligrosos artilugios.
Hoy por hoy, tracas, cohetes y petardos con una potencia relativamente importante están al alcance de cualquiera, a pesar de que un manejo irresponsable puede abocar a una tragedia como la vivida en la localidad catalana.
Tal vez debería plantearse que las autoridades elaboraran una normativa algo más restrictiva por lo que respecta a la venta del material pirotécnico y una reglamentación referida a las personas que puedan estar autorizadas para su utilización.
Es importante también considerar que los espectáculos que utilizan este tipo de materiales deben tener lugar en ubicaciones que tengan las garantías suficientes, con un espacio apropiado y con las medidas de emergencia precisas para hacer frente a posibles eventualidades. Por todo ello, es preciso poner estas cuestiones sobre la mesa para evitar en un futuro que se repitan hechos como el de Arenys de Mar.