La jornada sin taxis amargó la llegada a Palma de miles de visitantes, que se encontraron, sin aviso previo, con los equipajes en la acera y sin un medio de locomoción a su alcance que les llevara hasta su lugar de descanso. Los taxistas se mostraron implacables con el seguimiento de los paros y observaron con atención el desarrollo de los acontecimientos, pero sin intervenir.
Sólo lo hicieron en una ocasión, según confirmó el presidente del gremio de la patronal PIMEM, para trasladar a una ciudadana hasta un hospital. Su madre estaba grave y necesitaba con urgencia un taxi. Uno de ellos interrumpió la huelga para cumplir con ese servicio. Pero no hubo más excepciones. Carreras de las denominadas «largas» (generalmente hasta las costas de Alcúdia, Port de Pollença y el Llevant), que en otras circunstancias habrían puesto los dientes largos a más de un taxista, se perdieron en la lluviosa e incluso fría mañana aeroportuaria, sin que nadie moviese un dedo por atenderlas.
«Un taxi, por favor», imploraba en un dificultoso castellano un visitante británico: «Hemos realizado un vuelo muy agotador tras madrugar y soportar largas esperas en Heatrow. Esto no lo esperábamos», explicó. Un grupo de seis turistas alemanes se tomó el asunto con más humor. A las 8.15 de la mañana realizaban cálculos para llegar a su hotel, en Illetes, pero sólo tenían una opción. Tras fotografiarse en la parada de taxis (totalmente vacía) y llamar, sin éxito, taxis por sus móviles, decidieron hacerle caso a una simpática señorita «chaqueta verde» del aeropuerto y abordar un autobús hasta la Plaça Espanya para enlazar allí con el autobús número 3 de la EMT.