Los múltiples psicólogos que tras el espejo vigilan las reacciones de los inquilinos del Gran Hermano temen que un día de éstos surja un conflicto por un «quítame allá esas hebras», porque últimamente desaparece el cigarrillo, y nadie sabe cómo ha sido. Ya en su día, Marina les susurró al oído a las otras ladies que sospechaba muy fehacientemente que ellos escondían parte de la ración de pitillos para garantizarse el humo cuando se acababan las subsistencias.
Naturalmente, tendrían la posibilidad de machacar la mata de tomillo del jardín, pero tampoco se trata de eso. Aquí entra en juego Mónica, que ya encontró el conflicto iniciado: sabido es que fuma como un carretero en la sala de espera del paritorio, así que habrá pensado en alguna iniciativa para desenmascarar a los rateros. Como todo el mundo sabe, a un fumador empedernido le puedes quitar un filete a la pimienta, pero si le tocas el pitillo, te puede fusilar al amanecer.
Los principales sospechosos son Iván e Ismael porque han entablado una profunda amistad que les lleva al constante cuchicheo y hasta a ducharse juntos. Ellos argumentan que lo hacen para ahorrar agua, pero lo cierto es que bajo la higiénica llovizna pueden intercambiar conspiraciones sin que se entienda el contenido. El siguiente paso que dará Mónica es el siguiente: esperará a que todos se entreguen nocturnamente a Morfeo (quizás ayudada por una pócima adormidera que ella misma integrará en unas croquetas de merluza) y se pondrá a buscar por toda la casa. Descoserá los almohadones del sofá, mirará bajo los butacones, en el tarro del Nescafé y hasta es muy posible que les haga una radiografía a las gallinas del animalorium, por si a Koldo, que es muy listo, se le ha ocurrido hacer con las aves como hacen los correos drogadictiles con el costo. Tendrían que mirar en los orificios nasales de Iñigo, el Escatológico. A lo mejor se toca constantemente la napia porque lleva dentro media docena de toscanitos.