Han pasado más de veinte años de ocupación israelí del sur del Líbano en vano, para acabar de forma rápida, casi sorprendente, algo caótica y más o menos pacífica en un par de días. El primer ministro hebreo, Ehud Barak, de talante progresista, había prometido la retirada israelí de la franja de seguridad que mantenía desde 1978 al sur del país vecino y ha cumplido su promesa antes del plazo previsto. Como es natural, la población de la zona ha estallado de alegría al poder regresar a sus hogares "la mayoría derruidos por miles de bombas caídas durante estas dos décadas" para intentar reconstruir una vida que nunca será la misma por el recuerdo de miles de víctimas civiles.
Barak se dirigió ayer al Parlamento de su país y pidió al pueblo libanés que pase la página, que olvide veintidós años de humillaciones, de represalias, de bombardeos, cientos de niños y mujeres muertos, con el objetivo de entablar relaciones de paz y buena vecindad. Sin duda las palabras del primer ministro israelí están llenas de esperanza y de deseos de un futuro mejor para la región, pero no será fácil que el país vecino deje atrás un pasado lleno de muerte y desolación innecesarias. Y tampoco lo será que las milicias se desarmen y abandonen un modo de vida que han mantenido durante dos décadas.
También es cierto que la zona fronteriza se había convertido en refugio y santuario para las organizaciones terroristas más sanguinarias, lo que provocó la ocupación, de la que Barak no ha sido responsable directo. El mandatario hebreo ha cumplido con este gesto las exigencias de la ONU "cuyos soldados tratarán ahora de mantener la zona en paz" y ésta será una forma de relanzar un proceso de paz para Oriente Medio que lleva anestesiado demasiado tiempo.