Jordi Pujol pidió el sábado a los catalanes que sigan resistiendo contra los ataques de aquellas mismas fuerzas que han perseguido el catalanismo desde hace sesenta años. Conmemoraba Pujol el aniversario de los sucesos del Palau de la Música, cuando él mismo, de joven, fue detenido y encarcelado, junto a muchos otros, por defender lo mismo que hoy: unas señas de identidad propias.
Coinciden estas palabras con los actos de protesta en Barcelona por la próxima celebración del desfile de las Fuerzas Armadas. La mera elección de la Ciudad Condal ha provocado ya encendidas polémicas y manifestaciones de organizaciones pacifistas y antimilitaristas, y ha sido la herencia más «envenenada» del anterior ministro de Defensa, Eduardo Serra, a su sucesor, Federico Trillo, que se ha encontrado con el asunto organizado y sin contar con el apoyo de las instituciones catalanas.
El nacionalismo catalán ve en la decisión una especie de afrenta, teniendo en cuenta la memoria histórica, que no ha olvidado la durísima represión durante la posguerra y los largos años del franquismo. Ahí tal vez estaba el verdadero sentido de las palabras pronunciadas por Jordi Pujol al recordar aquellos años. Ante tal clima, los actos, que este año incluyen la participación de ONG, se celebrarán en una zona apartada del centro.
Pero conviene centrar las cuestiones y no identificar la represión que sufrieron Catalunya y otra regiones del Estado, como Balears, con las actuales Fuerzas Armadas, totalmente despolitizadas, en proceso de profesionalización y a las ordenes del poder civil.
Hecha esta puntualización, cabe plantearse el sentido de este desfile, toda vez que ya se celebra el del 12 de octubre, día de la Fiesta Nacional. Quizá sería más adecuado conmemorar el día de las Fuerzas Armadas no en la calle sino en los recintos militares, en una jornada de puertas abiertas y de encuentro entre los militares y la sociedad civil, de la que forman parte y a la que deben servir.