Desde el pasado domingo Tele 5 ofrece el programa «Gran Hermano», uno de los espacios televisivos que más controversias ha despertado desde que se anunció su emisión por parte de la cadena privada. Diez personas, de entre 19 y 34 años, vigiladas por 29 cámaras y 60 micrófonos, intentarán pasar 90 días de convivencia en una vivienda de 190 metros cuadrados con una única finalidad: superar las sucesivas eliminaciones que se producirán entre ellos y conseguir así la fama y el premio de 20 millones para el ganador.
El programa, presentado por Mercedes Milá y Fernando Acaso, ha tenido precedentes en países como Holanda y Alemania, y aunque ha gozado de un gran éxito de público, también ha recibido fuertes críticas tanto de responsables políticos como de profesionales de la psicología o la sociología.
Felio Calafat, filósofo y psicoterapeuta, considera que con programas como éste «lo grave es que se pierde la privacidad. La intimidad se hace espectáculo, quedando así diluida la barrera entre lo público y lo privado». Para Calafat, «lo íntimo tiene que ver con lo frágil, y una persona que se pone delante de una cámara ha perdido conciencia de esta fragilidad. Además, la emoción auténtica no admite la difusión pública».
De la misma opinión es Alexandre González, educador social, quien añade: «La idea de este programa no aporta nada, no tiene interés ninguno. Creemos que entramos en la intimidad de los otros, pero en realidad no se trata más que de una actuación, de una representación de diez personas en un espacio concreto». González concluye: «Es un poco triste que tengamos necesidad de ver la intimidad de los otros». «Triunfará el que más habilidades sociales tenga», señala Irene, psicóloga. En cuanto al programa señala: «Ver a una persona despojada de intimidad no puede ser demasiado positivo».
«Es como si espiáramos al vecino por la mirilla o pusiéramos un vaso en la pared para escuchar lo que dice. Es telebasura», afirma Luis Novales, psicoterapeuta, y añade: «Hoy en día la gente se aburre muchísimo y parece que necesita preocuparse por las vidas ajenas. Somos incapaces de mirar en nuestro interior, de ver qué nos sucede o qué sentimos y miramos fuera».