El derecho a la huelga ha sido y es una de las armas fundamentales en la lucha de los sindicatos para mejorar la calidad de vida de millones de personas en todo el mundo desde hace décadas. La sola presión que la palabra «huelga» ejerce en el empresariado bien lo demuestra. Por eso, pero siempre como último recurso y cuando se han agotado todas las vías de diálogo, hay que aceptar con el máximo respeto las convocatorias de huelga de cualquier colectivo, puesto que se supone que los defensores de los trabajadores intentan únicamente alcanzar mejoras para ellos. Sin embargo, en demasiadas ocasiones los sindicatos "o sus seguidores" no parecen contentarse con el mero ejercicio del derecho a la huelga y suelen confundir la presión con la barbarie. De ahí la pésima fama que arrastran los muchas veces mal llamados «piquetes informativos», cuya labor más que informativa suele ser coactiva.
Acabamos de verlo en el aeropuerto de Palma. La anunciada huelga de la limpieza en edificios públicos se presenta ya como una pesadilla para los usuarios, sobre todo según avanzan las horas. Colegios, hospitales y otros servicios parecidos son los más castigados con huelgas como ésta. El que los trabajadores permanezcan con los brazos cruzados durante siete días crea una situación de por sí alarmante, con la preocupación añadida de que no se cumplan los servicios mínimos.
El espectáculo que dieron ayer los sindicatos en Son Sant Joan era totalmente innecesario. Convertir el aeropuerto en un basurero vertiendo por el suelo el contenido de las papeleras, embozando los retretes, lanzando toda clase de objetos a los estanques, vaciando la tierra de las macetas, etcétera, ante la pasividad policial, es más propio de un grupo de salvajes «hooligans» que de dirigentes sindicales responsables que ejercen sus derechos. No es ésta la mejor imagen para unos sindicatos y sus dirigentes deberían saberlo.