Hace un año, con motivo del cierre, Miquel Rosselló, uno de los propietarios del canódromo, señaló que «problemas de salud» le impedían seguir al frente del canódromo, y que no se encontraba en situación de contratar a nadie para que lo llevara sabiendo que sobre las instalaciones pesaba una orden de expropiación que se podía hacer efectiva cuando menos se esperara. Tanto a empleados "siete, al final" como a aficionados y criadores de perros, les dio las gracias por la fidelidad demostrada a lo largo de tantos años de citarse en aquel lugar cada día de la semana, excepto los miércoles, día que cerraba por descanso, y también por la comprensión ante la decisión de cerrar definitivamente.
Diariamente se celebraban seis carreras con apuesta, que con el paso del tiempo iban reduciendo la cuantía de los premios en proporción directa al número de asistentes, cada vez menor. ¿Qué fue de los perros que participaban en la carreras? Pues algunos de ellos, antes del cierre definitivo, fueron vendidos por sus propietarios a criadores del extranjero. Otros fueron llevados a Santa Maria del Camí y los menos fueron sacrificados.
Hace unas semanas tratamos de citar a Miquel Rosselló en el canódromo con el fin de recordar su historia, pero declinó nuestra invitación. «Este asunto está en manos del juzgado y cuanto menos se hable de él, mejor».
Efectivamente, sobre él pesa una orden de expropiación, pero como entre la propiedad y el Ajuntament no ha habido acuerdo, el tema está en el juzgado, que será quien decida.