Acaban de hacerse públicos los resultados de una encuesta a gran escala realizada entre mujeres españolas para detectar el alcance de los casos de malos tratos que se dan en nuestro país. El informe, como era de esperar, contiene muchos datos preocupantes, aunque también algunos esperanzadores. En los tres primeros meses del año han denunciado malos tratos más de tres mil mujeres, lo que supone que cada día que pasa más de 35 féminas se arman de valor, deciden romper la soga del miedo y acudir a una comisaría para denunciar a su agresor, aunque sea su esposo. Al final del año habrán pasado por esta situación más de 23.000 mujeres.
Pero no son ellas las únicas víctimas del maltrato en este país, porque en este tipo de cuestiones, como en tantas otras, las denuncias suponen únicamente la punta de un iceberg oculto de enormes proporciones. Y ahí precisamente es hacia donde deben dirigir sus esfuerzos las autoridades: a tratar de sacar a la luz los miles de casos que se esconden bajo el miedo y el dolor.
En total, según estiman los expertos, más del doce por ciento de las mujeres se ven sometidas a la violencia cotidiana por parte de sus maridos, compañeros, padres o hijos, y la mayoría lo soporta desde hace más de cinco años. Detrás de estas situaciones hay componentes de todo tipo y condición: problemas económicos, alcohol, celos, ignorancia, machismo... y en demasiadas ocasiones todos ellos juntos. Lo terrible del asunto es que muchas de esas mujeres proceden de estratos sociales bajos y su nivel cultural y educativo es escaso, por lo que desconocen los recursos que la justicia y el Estado ponen a su servicio. De eso se aprovechan quienes más cerca están de ellas para convertir su vida en un infierno que nadie debería soportar, y mucho menos por el mero hecho de ser mujer.