Seis meses en alta mar. Tierra a la vista y tierra de connotaciones ociosas. Día de asueto, de fiesta de guardar, en el que las gentes acuden vestidas de domingo al lugar de encuentro por excelencia de nuestra ciudad, el Born. Una orquesta de metal cuyos músicos visten de blanco impoluto hace las delicias de quienes gustan del sonido Glen Miller que los marinos americanos saben hacer aflorar de sus instrumentos musicales. Los niños, vestidos el domingo con sus mejores galas, se acercan y les piden algo que sólo podía conseguirse allende los mares: el chewing gum. Algunos de esos niños, los que vivían cerca de ca na Fineta o ca na Llobera, inflaban sus mofletes con el chicle hasta provocar el estallido y preguntaban a sus padres la razón por la cual tantos hombres vestidos de blanco subían a esos pisos ubicados en su barrio. Los padres, complacientes, respondían que aquel era un lugar importante, la embajada americana. Y es que los chicos norteamericanos vivían noches de amor previo pago de su importe. El barrio chino se iluminaba en las noches de lujuria y la misma service police acordonaba el lugar para evitar que las noches de vino y rosas tuvieran un final más agitado. Algunos empresarios se alegraban con su presencia puesto que su poder adquisitivo les permitía elegir el plato más caro de la carta de los restaurantes y cafeterías del centro de Ciutat. Los curas también se alegraban. En el Patronato Obrero regalaron al Pare Ventura unos balones de goma que eran lo nunca visto. Al marcharse dejaban en el aire un rastro de felicidad.
Los marinos norteamericanos recalan en la Isla de la Calma