He aquí, ante los ojos del lector, una parcela de una pared de la Plaza de la Reina. En ella, carteles de rancio papel bajo cuyos dibujos duermen los sueños de una generación entera de españoles. Son pedazos de papel con nombres y palabras que quizá ya no signifiquen nada y, sin embargo, tienen vida propia porque nos dan la mano y nos devuelven a una época ya periclitada. Para muchos significaron un pedacito de felicidad porque son las manifestaciones artísticas que más sueños, ilusiones y fantasías han despertado en el hombre.
Los protagonistas de cine, los futbolistas, los toreros, están hechos de la misma materia de que se hacen los sueños. Un guiño seductor se sumerge en los carteles publicitarios mimetizados en el hálito de tinta que transita ante nuestros ojos. Un singular magnetismo que atrae como un imán hacen nido en nuestras mentes logrando sorprendentes efectos psicológicos. El mundo de la publicidad es complejo y el publicitario debe navegar erguido entre un fluir de imágenes y palabras, siendo consecuente con sus decisiones y sus omisiones.
En los años en que está tomada esta fotografía, los slogans publicitarios se convertían en oraciones de riguroso rezo en aquellas radios que llenaban los vacíos de prolongados momentos de hastío. El soporte promocional de productos o de mitos nos mira hoy desde esta imagen de ayer que les ofrecemos, como viejos amigos que desaparecieron dando un estruendoso portazo. Por eso sería mejor no fijar carteles... en la memoria.