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Marruecos: más allá de los zocos y cerca de la naturaleza

Dos montañeros mallorquines coronan el Toubkal, la montaña más alta del Atlas y del norte de Àfrica

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Cuando por fin conseguimos ajustar el calendario vacacional para realizar alguna actividad de forma conjunta, lo primero fue decidir un objetivo alcanzable, disponíamos de ocho días, por lo que tras barajar ideas y eliminar alternativas, finalmente nos decidimos por intentar la ascensión al Toubkal (4.165 m.), la montaña más alta del Atlas y del norte de Àfrica.

Salimos de Casablanca en tren hacia Marrakesh. El trayecto, de tres horas y media, lo aprovechamos para repasar nuestra documentación y contemplar el paisaje que atravesábamos, suaves colinas de escasa vegetación con alguna que otra aldea donde los niños cuidaban el ganado y los adultos trabajaban en pequeños huertos adyacentes.

Marrakesh, urbe de tres millones de habitantes, es una ciudad de contrastes donde conviven la moderna y cosmopolita zona de El Gueliz, construida bajo la dominación francesa, con amplias avenidas, grandes hoteles y establecimientos de comida rápida, y la Medina, cuyas estrechas y sinuosas calles convergen en la famosa plaza de Jemaa El Fna, dominada por bajos edificios color tierra, donde desde las terrazas elevadas de los bares se puede observar la transformación que sufre la plaza mientras transcurre la jornada, con sus accesos a los zocos y puestos de mercado que, con la proximidad del atardecer, se ven envueltos por trovadores, pitonisas, niños boxeadores y encantadores de serpientes, todo ello rodeado a cualquier hora por un tráfico caótico regido por el sonido del claxon.

PUESTOS AMBULANTES
Por la noche el bullicio aumenta, siendo de obligada visita alguno de los muchos puestos ambulantes que ofrecen "entre otras muestras de comida local" brochetas, caracoles, pescado frito y cabeza de cordero. Un día y medio en Marrakesh es suficiente para visitar los principales palacios, zocos y lugares tan poco frecuentados por los extranjeros como el barrio judío, donde lo único que abunda es la extrema pobreza. Estábamos ansiosos por abandonar la ciudad y dirigirnos al Atlas, lejos del ajetreo y de los miles de turistas que abarrotan la ciudad. Tras cumplir con el regateo contratamos, con una agencia local, los servicios de un guía de montaña diplomado, un cocinero y un porteador con mula.

Pronto comprobaríamos que de lo contratado a lo obtenido había mucha diferencia. Dedicamos la tarde a ultimar preparativos, cada vez más inquietos por la lluvia que caía en la ciudad, que adivinábamos en forma de nieve en la lejanía de las montañas. A la mañana siguiente nuestro minibús resultó ser una desvencijada furgoneta que nos llevaría por una carretera rectilínea, bordeada de eucaliptos, a través de largos campos de olivos hasta llegar a Asni, población donde acaba el asfalto y comienza una pista de tierra de diecisiete kilómetros que, bordeando el margen derecho de un río, va subiendo hasta llegar a Imlil, donde termina la pista.

La segunda sorpresa de la jornada vino cuando nuestro chófer y guía de montaña regresó a Marrakesh, dejándonos con Hassán, nuestro anfitrión y cocinero, y su hijo Mohamed, encargado de dirigir la mula que llevaría nuestro equipo hasta su casa en la aldea de Aroumd, a dos mil metros de altura. Aquí las casas, de planta cuadrada, están hechas de adobe y ladrillos, vigas de madera que sujetan el techo formado por plásticos y encima tierra apelmazada.

En Aroumd no hay concesiones a la comodidad: las ventanas carecen de cristales, no hay agua caliente, disponen únicamente de tres horas de electricidad por la noche, que disfruta toda la familia reunida alrededor del televisor (la parabólica es aquí omnipresente). Tras un breve paseo por los alrededores para desentumecer los músculos y acostumbrarnos a la altura, regresamos a nuestro hogar dispuestos a convencer a nuestro guía"cocinero de que, indistintamente de la climatología del día siguiente, queríamos subir al refugio, base de partida hacia el Toubkal, por lo que le presionamos para que bajase a Imlil al centro de guías de alta montaña y nos consiguiera unos piolets y crampones (armazón metálico que se adapta a las botas y que consta de puntas para clavarlas en la nieve o en el hielo). Al cabo de unas horas dispusimos de ellos y organizamos el material en nuestras mochilas.

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