En los años sesenta Cala Major estaba envuelta en un aura romántica, silenciosa y solitaria. En sus rasgos esenciales, distaba ya mucho de la playa que con tanto empeño describió Erwin Hubert, quien supo plasmar como nadie aquel remanso de paz y sus apoteósicas puestas de sol. Ahora bien, en la fotografía que captó nuestro fotógrafo aún se percibe su fisonomía original, aquel esplendor selvático que parecía versificar el poema de D. Joan Alcover «La cançó dels pins». La copa de los de alepo contemplaron durante largos años la fina arena y las aguas transparentes de la cala. Allí, en invierno, los pescadores de «oblades» hacían su agosto aunque la pesca de caña fuese el difícil arte de la espera. Reponían fuerzas en el merendero de la playa, donde podían saborear exquisitos platos marineros. Cuentan que en Cala Major se criaba el mejor «fonoll marí» de la isla y que en la falda de la montaña había una alfombra de manzanilla de aromático olor. El tiempo se ha llevado silenciosamente elementos que parecían indestructibles y ha trajinado otros que se han ido incorporando al lugar. Los primeros «colonizadores» fueron gente de «Ciutat» que buscó un paraíso lejos del mundanal ruido. Con los años la industria turística se abandonó a un inconsciente devenir. La perspectiva actual de Cala Major no es la sombra de lo que fue. Si ustedes lo desean, pueden agregarle moraleja.
Cala Major, antes del desastre urbanístico