Nuestra Comunitat lidera las estadísticas de crecimiento económico en España y esa bonanza, que debemos saludar como positiva, trae consigo algunas consecuencias negativas.
Una de ellas es que el mayor bienestar de los habitantes de Balears "junto a unas condiciones financieras sin precedentes" les conduce a querer convertirse en propietarios de su propio piso, su adosado, su pareado o, mejor, su chalet. Y, por si esto fuera poco, ahora quieren poseer una segunda residencia, preferiblemente al borde del mar o en un paraje montañoso, cuanto más paradisíaco, mejor.
Todo ello "junto con la llegada de miles de europeos con deseos de quedarse aquí a pasar el invierno" ha contribuido a que se dispare la demanda urbanística de una forma enloquecida. Al parecer, ante esta vorágine constructora y el consiguiente negocio multimillonario, nadie se ha parado a pensar que la Isla es un territorio limitado y frágil que no puede soportar este abuso de cemento y de habitantes. Y una de las personas que más está contribuyendo a este exagerado crecimiento urbanístico es Margarita Nájera, alcaldesa de Calvià, que pretende convertir su enorme municipio en un paraje desolador de ladrillo y asfalto, al mismo tiempo que pregona a los cuatro vientos su compromiso con la ecología.
Nuestro diario ha mostrado las imágenes de lo que antaño era un paisaje mediterráneo transformado en un bosque de grúas y de estructuras de cemento que pronto se convertirán en miles de plazas residenciales ocupando no sólo la costa de Calvià, sino también el interior. Quizá Margarita Nájera se ampare en su mayoría absoluta para hacer lo que le viene en gana, pero cabe suponer que el Govern de Francesc Antich debería oponerse si realmente está decidido a frenar la destrucción paisajística de las Islas, destrucción que en el caso de Calvià tiene nombre y apellidos: Margarita Nájera y el PSOE.