Cati Salom nos abandono para siempre tal día como mañana hará un año. Sin embargo nos parece que fue ayer la última vez que hablamos con ella. ¡Era tan dulce! Con aquellos ojos tan expresivos y con una sonrisa que trataba de disimular la tragedia que un mal día se apoderó de su cuerpo y que terminó con ella. Ayer, víspera del día de Todos los Santos, fuimos con sus padres a la tumba que está entrando a mano izquierda por la puerta del cementerio viejo de Santa Maria, su pueblo que tanto la lloró. La lápida está cubierta de flores que no suelen faltar a lo largo del año. En el fondo, en una lápida pequeña de color gris, su foto. Cati sonríe, como siempre, esta vez sin penas.
Bartolomé y Margarita, sus padres, tratan por todos los medios de que la obra que inició su hija continúe. Él es el presidente de la Asociación de Enfermos de Esclerosis Lateral Amiotrópica, de los que en Mallorca, al menos oficialmente, hay cinco, «aunque calculamos que pueden haber unos cien, lo que pasa es que no se quieren dar a conocer».
Margarita recuerda los últimos minutos de la vida de su hija: «Pidió rezar conmigo y luego me dijo: 'mamá, me voy al cielo', y murió. Espero que desde allí nos ayude». Aunque con lo de la publicación del libro que escribió llevó unos días muy ajetreados, «pues a cada instante la teníamos que preparar porque alguien llamaba para hacerle una entrevista, lo cierto es que la niña se apagó como una vela. Cuando no le quedó más vida, terminó. Antes de morir me había pedido que cuando se fuera le gustaría hacerlo con la cruz que se trajo de Burundi, y nosotros cumplimos su voluntad».