Se pasan prácticamente todo el domingo en la playa de Can Pere Antoni dando brincos, saltos mortales hacia atrás y hacia adelante, desde la arena o desde la barandilla, o apoyando sus cuerpos sobre uno de sus brazos, o sobre los dos, haciendo extraños y difíciles pinos, lo que no pasa desapercibido para quienes pasean por aquel lugar. A no mucha distancia de donde se ejercitan, un grupo de chicas, amigas suyas, los observan.
Estos chavales contorsionistas y saltimbanquis, a los que se suma Sandra, morena, no muy alta, pero muy ágil, no fuman, ni beben, ni van a la discoteca. Están sanos y fuertes como robles. Y de drogas no quieren ni oír hablar. «O curramos, como yo, que soy carpintero "dice «Mákina»", o van a la escuela. Y el fin de semana, si nuestras ocupaciones nos lo permiten, nos venimos todos aquí y pasamos el día dando saltos ya dominados o aprendiendo otros.
Lo del grupo es pura autoformación. Nadie les ha enseñado a hacer lo que hacen, «sino que nos enseñamos a nosotros mismos, aquí. Ellos a mí, a saltar, y yo a ellos "dice «Mákina»", a bailar, pues yo soy bailarín. Y todo a base de muchas horas de insistir, de muchas repeticiones... ¿Accidentes? Ninguno, afortunadamente. Bueno, yo me doblé el dedo meñique, que me tendré que operar, pues no puedo doblarlo».