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Editorial

Mundo de ricos, mundo de pobres

A tenor del «Informe sobre el desarrollo mundial 1999/2000» elaborado por el Banco Mundial, la brecha entre los países ricos y los países pobres del planeta no hace sino ensancharse. Algo que resulta particularmente deprimente si volvemos la vista atrás y contemplamos los datos que arrojaba la economía mundial en el último tercio del pasado siglo. Así, en 1870, los dos países más ricos del mundo, Reino Unido y Estados Unidos, tenían ingresos por habitante nueve veces mayores que los del país más pobre. Pese, pues, a tanta mundialización económica y tanta globalización, la injusticia del panorama a la hora del reparto de la riqueza subsiste. A título de patético ejemplo, cabe decir que los suizos, que habitan en el país más rico del mundo, se reparten hoy de media 40.000 dólares al año, mientras los etíopes, que malviven en la nación más pobre, apenas llegan en el reparto a 100 dólares. Aunque pueda parecer imposible, al comienzo del año 2000 unos 1.500 millones de personas "cerca de la cuarta parte de la humanidad" subsistirán con un dólar diario. Y lo peor del caso es que esa tendencia a la pobreza, al desigual reparto, viene haciéndose más acusada en los últimos años. La brecha de la injusticia se hace más profunda, con toda la saga de miserias sociales que ello comporta. Lo que nos lleva a considerar que, dado el calibre de las desigualdades, la vida, la existencia misma, no es igual para unos y para otros. Así tenemos, por ejemplo, que en Sierra Leona, el país con menos expectativa de vida "y el cuarto más pobre del mundo", un hombre al nacer tiene por delante tan sólo 36 años de vida, mientras que un japonés puede alcanzar fácilmente los 80. Todo ello nos fuerza a considerar que, obviamente, no se está haciendo lo que se debiera en materia de reparto de la riqueza. Y ahora que tanto se habla del cambio del milenio, y de las esperanzas que se conciben para el siglo XXI, entendemos que lo primero que tendría que hacerse es corregir esa tremenda desigualdad que, al menos racionalmente, está abiertamente reñida con el grado de progreso alcanzado.

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