Hace ahora veinte años, la Revolución Islámica cambió la faz de Irán y avisó a Occidente acerca de los peligros de un integrismo que, por encima de todo, preconizaba un retorno a los más estrictos principios de la ley islámica. Desde entonces se vinieron produciendo en distintos países musulmanes fenómenos de eclosión fundamentalista que llegaron a ser interpretados como una auténtica amenaza contra la cultura de Occidente. Hoy, vistas las cosas con mayor tranquilidad "por más que en determinados países el fundamentalismo continúe haciendo estragos" se puede incluso empezar a pensar que aquella revolución, aquella reforma, ha sido susceptible de originar una especie de contrarreforma. Y es precisamente en Irán, cuna que fue del renacer islámico, en donde han aparecido de forma más rotunda signos de reacción contra una ortodoxia excesiva. Los que son considerados como los hijos de los ayatolás conforman una generación que rechaza ese fanático conservadurismo sujeto a una interpretación tan literal como brutal de la ley coránica. Las tímidas reformas propuestas por el moderado Jatami abrieron el camino y el empuje de una juventud que no ve claro su futuro hizo el reto. Frente a una sociedad encorsetada que juzga que el respeto al Islam se basa exclusivamente en los cabellos cortos o el «shador» como prenda imprescindible, los jóvenes propugnan un Irán en el que la corrupción, el desempleo y la incompetencia administrativa sean definitivamente desterrados. Es decir, admiten el retorno al Islam, pero interpretado socialmente con cierta holgura. Y lo relevante del asunto es que de lo que ocurra en Irán, se derivarán consecuencias importantes para todo el mundo iraní. Es por ello que hoy, ante la revuelta que protagoniza la juventud iraní, los ojos de los jóvenes de muchos países de la zona están vueltos hacia ella.
Editorial
Entre el fundamentalismo y la reforma