Tras el accidente de la avioneta en la que viajaba John John Kennedy, su esposa, Carolyn Bessete, y la hermana de ésta, Lauren, cada vez se habla más en los Estados Unidos de la «maldición» familiar que envuelve a este clan. La desgracia parece haberse cebado en ellos desde que se produjera el magnicidio de Dallas, en el que fue asesinado el entonces presidente de EE UU, John F. Kennedy, en noviembre de 1963.
En un país que carece de tradición sucesoria, algo a lo que estamos habituados los que vivimos en una monarquía, el clan de los Kennedy ha suscitado siempre la atención del público. Pero no todas las desgracias del clan han tenido un carácter semejante y algunas circunstancias de la muerte de alguno de ellos han sido del todo escabrosas. Sin ir más lejos, Ted Kennedy, senador y con aspiraciones a alcanzar la presidencia de la nación, se vio envuelto en un escándalo amoroso descubierto tras un accidente de tráfico en el que pereció su secretaria. Otro caso fue el de David, hijo de Robert Kennedy, que fue hallado muerto por una sobredosis de heroína en la habitación de un hotel.
Para aquellos que creen en la fatalidad parece evidente que algún maleficio se cierne sobre esta familia. Sin embargo, para otros, lejos de consideraciones de orden sobrenatural, se trata simplemente de circunstancias personales muy concretas y casuales que han abocado a cada uno de ellos a un final trágico.
El último capítulo lleva el nombre de un joven de éxito, abogado y editor de una prestigiosa revista de información política, cuya avioneta se precipitó al océano. Con semejante historia es casi imposible que los norteamericanos no sigan dirigiendo sus miradas hacia los Kennedy, hoy con cierta compasión a causa de la desgracia que parece perseguirles.