La proliferación, en los últimos años, de las grandes superficies ha repercutido en el pequeño comercio familiar, que no puede hacer frente a la oferta, precios y horarios de los «gigantes» del mercado.
Francisco Gibert simboliza un cambio social que repercute en otras muchas familias mallorquinas, que cada vez ven más difícil la subsistencia de sus negocios.
Ayer abrió, como cada día desde hacía 40 años, su carnicería en la calle Lluís Martí, 10. Por la tarde cerró la puerta del local y tras ella cuatro generaciones en el oficio de carnicero, porque ninguno de sus tres hijos ha seguido los pasos del padre.
Los abuelos de Francisco ya tenían una carnicería en Cas Caparrot, en la Plaça d'en Coll. «A los 12 años aprendía uno el oficio en los dos puestos que tenían mis padres en el Mercat de l'Olivar», recordaba ayer con el rostro triste.
Actualmente tiene 61 años y, aunque reconoce que es un «buen momento para dejar el negocio», confiesa que «no compensa tener un negocio abierto por lo poco que se saca». «Hubo un momento en que tuvimos que contratar a dos dependientas porque no dábamos abasto. Teníamos mucha clientela fija e incluso vendíamos género a hoteles y restaurantes».
La venta empezó a decaer hace 10 años, cuando en el barrio pusieron dos grandes supermercados que «han ayudado a hundir al pequeño comercio», confiesa.