C omo era de esperar, Milosevic no ha rendido sus armas a la OTAN y los Estados Unidos, sino a Rusia y Finlandia. Por desgracia, se ha demostrado que no había otra solución que la militar porque, tras tres grandes negociaciones, Milosevic y el Parlamento a sus órdenes (en España sabemos lo que es eso) han aceptado unas condiciones de rendición mucho peores para ellos que las que se le ofrecieron en Rambouillet para evitar el desastre.
Pero este sanguinario líder es tan incontrolable que la OTAN ha decidido no suspender sus ataques hasta que Milosevic no comience a cumplir las partes más sustanciales de los acuerdos firmados que, como se sabe, no tienen el menor valor para este individuo de la peor calaña. ¿Qué es lo que pretendía liándose la manta a la cabeza y enfrentándose a los ataques armados de 19 países aliados? Pues conservar su puesto. Para ello ha tenido que sacrificar miles de vidas y aceptar que unas fuerzas militares superiores, contra las que nada o muy poco podía oponer, arrasaran su país. Si, como es de esperar, Milosevic comienza a cumplir los diez puntos del plan de paz, verá cómo han fracasado sus aspiraciones y sólo le quedará su puesto. Hará falta ver si los aliados, ahora bajo control de la ONU con Rusia de su parte, consienten en que Milosevic lidere una Yugoslavia que deberá ser reconstruida con financiación europea y norteamericana (porque Rusia no podría aportar ni un rublo). Es de esperar que la segunda fase, la de la construcción de la paz, la democracia y el país, no se hagan sin que Milosevic, no solamente abandone su puesto, sino que sea puesto en manos de la Justicia internacional. No es cosa de que anden sueltos por ahí individuos tan peligrosos como Pinochet, Sadam Husein o este Milosevic que no ha entendido otro mensaje que el de las bombas.