San Pablo dijo que la caridad bien entendida comienza en uno mismo, de forma que, siempre que se nos pide solidaridad con personas que están lejos de nuestra tierra, surge la tentación de pensar que tenemos a mano gente tanto más necesitada que la que está o viene de lejos. Si nosotros tenemos una bolsa de pobreza y una cantidad no despreciable de marginados y pobres de solemnidad, ¿por qué tenemos que enviar dinero, ayuda y solidaridad a la India, Sudamérica o Àfrica?
Bien, la respuesta puede venir en base a dos argumentos. Uno, el tradicional: todos somos seres humanos, seamos de donde seamos y seamos quienes seamos. Dos, ahora que tanto se habla de globalidad y globalización, ¿qué diferencia hay entre un kosovar y un mallorquín si ambos precisan de alguien que les tienda la mano?
Con el doloroso añadido de que estos kosovares que van a llegar, han sufrido la tragedia de la guerra y la persecución criminal. Son seres indefensos que nos llegarán en cantidades mínimas que poco van a alterar nuestro propio déficit de asistencia a los desvalidos. Bien está que el Govern programe una campaña de sensibilización de la población isleña para acoger a estos seres humanos vejados hasta los límites humanos, pero estamos seguros de que no habrá un solo mallorquín que no vea con buenos ojos esta operación.
Ésta es tierra hospitalaria y de acogida como todas aquellas que han sido receptoras de inmigración de mano de obra. Además, acoge al turismo con capacidad de adaptación, por lo que tenemos la más absoluta seguridad de que podemos ampliar el número de personas necesitadas de amparo sin perjudicar a quienes también esperan disponer de plazas en establecimientos de alojamiento. Somos solidarios, tenemos deseos de acogerlos y tenemos medios para ello. No podemos fallar.