Jordania es un país inventado por los ingleses, sin recursos naturales, desértico, pobre y con sólo apenas poco más de cinco millones de habitantes. ¿Cómo, pues, el funeral de su rey ha reunido a tantos y tantos reyes, jefes de Estado, presidentes de gobiernos, y representantes de familias reales, amigos y enemigos, para despedirle?
Dos únicas razones lo justifican: la situación geopolítica de Jordania y el papel mediador que ejerció Hussein hasta el último día de su vida en que cambió radicalmente la línea sucesoria. Su hijo Abdalá es el heredero del trono con la orden de su padre de nombrar, a su vez, heredero a su hermano y no a su hijo primogénito Hamza.
La incógnita es si, desaparecido el carismático rey, su hijo podrá seguir reinando en un país en que las convulsiones internas han sido tan frecuentes y profundas como las externas. Los intereses expansionistas de Siria e Irán pueden llevar a situaciones incómodas y de difícil resolución al ya rey Abdalá, quien tiene que ganarse la confianza del Ejército jordano en el que su tío, el príncipe Hassán, desheredado hermano de Hussein, tiene gran predicamento por su carrera militar profesional.
Por el momento, parece que el liderazgo de la zona puede pasar a manos de Hosni Mubarak, presidente de Egipto, con más autoridad moral que el nuevo rey. Y las primeras impresiones así lo confirman porque en Siria e Irán no se ha hecho un balance positivo de la mediación de Hussein, ni del futuro que le espera a su hijo Abdalá.
Así que la transición interna será la primera que tendrá que afrontar el rey Abdalá, eso sí, apoyado por Estados Unidos, Rusia, la Autoridad Palestina e Israel. Pero no olvidemos que la salud de Arafat y Yeltsin es precaria y en EE UU e Israel hay elecciones. Todo puede cambiar en meses.