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Editorial

Gibraltar

El conflicto de los pescadores andaluces que faenan en aguas de Gibraltar lo ha provocado y resuelto el Gobierno de la colonia británica tras unas duras negociaciones con los propios pescadores y sus representantes, apremiada por la presión popular que ha salido a la calle y ha bloqueado la célebre verja que hace las veces de frontera entre España y la colonia.

El ministro de Asuntos Exteriores, Abel Matutes, además de no mover un dedo para solucionar el problema, ha criticado el acuerdo, aún diciendo que lo celebraba, pero haciendo, a la vez, un comentario despectivo indigno del jefe de la diplomacia española. ¿Cómo puede celebrarse aquello que se desprecia? El señor Matutes lo ha hecho.

Entendemos que el contencioso de la soberanía del Peñón que enfrenta al Estado español con el británico, no solamente viene de antiguo, sino que es una vieja herida que no ha cerrado bajo ningún régimen político. Pero ello no obsta para que cuando unos pescadores españoles no pueden faenar en sus propias aguas, ahora comunitarias, no lo olvidemos, el Gobierno deba desentenderse del problema y, peor, criticar que los afectados se defiendan a sí mismos y logren un acuerdo.

Las excelentes relaciones entre ambos Gobiernos deberían facilitar el diálogo y, consecuentemente, el acuerdo. No ha sido así y quien debía ser criticado, el Gobierno y su ministro de Exteriores, ha sido el crítico. Integrados ambos en la Unión Europea, España y Gran Bretaña deberían afrontar la solución definitiva del conflicto, aunque resulta incongruente que España defienda, a la vez, la españolidad de Ceuta, Melilla y Gibraltar. De ahí que la postura de España, sea bajo la dictadura, en democracia, bajo administración socialista o conservadora, sea delicada. Pero los habitantes del Campo de Gibraltar no tienen la culpa.

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