Si algo queda medianamente claro tras la minicrisis ministerial resuelta por José María Aznar es que desde la Presidencia del Gobierno, pese a las incertidumbres vividas en las horas previas, se ha querido mantener la sensación de continuidad y de que los cambios han sido sólo los imprescindibles. Es evidente que los ministros más cuestionados siguen en sus cargos, tal es el caso de Rafael Arias Salgado, Margarita Mariscal de Gante, Eduardo Serra o el mismísimo Francisco Alvarez Cascos. Por tanto, la crisis ha sido incruenta y sin víctimas propiciatorias. Y, además, y en eso coinciden las críticas de la oposición, ínfima.
Por otra parte, el paso de Javier Arenas a la Secretaría General del PP se interpreta como un intento de reconvertir al centrismo a la formación política, lejos de las posturas más intransigentes mostradas en otros momentos por Àlvarez Cascos. Arenas, y en esto coinciden tanto sindicatos como la misma patronal, ha mostrado un talante dialogante que ha posibilitado la paz social, aunque evidentemente sí han existido discrepancias. Además, tampoco debe olvidarse el papel jugado por Arenas como coordinador de algunas de las campañas electorales del partido a la hora de evaluar los motivos de su designación. También se valora de forma positiva el paso de Mariano Rajoy a Educación. De él se espera que pueda solucionar los desaguisados cometidos por su predecesora, Esperanza Aguirre. Cierto es que muchas competencias de su departamento están transferidas a las comunidades autónomas, pero existiendo aspectos comunes, es de esperar que Rajoy sepa dialogar con las diferentes autonomías.
El vicepresidente Àlvarez Cascos sigue en el Gobierno, pero, una vez fuera del aparato del PP, tendrá sólo el poder que quiera darle Aznar.