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China y Taiwán, el origen del conflicto

Un asunto interno del gigante asiático o la legítima lucha por la libertad. Ambas visiones chocan con un trasfondo de evidentes implicaciones económicas

Los militares de Taiwán ensayan cómo repeler un eventual ataque a la isla. | Reuters

| Pekín |

Para la inmensa mayoría de los chinos no cabe duda: Taiwán es parte indisoluble de China y la discusión aquí termina, a pesar de que entre ambas entidades políticas existan diferencias de bulto e incluso una tensión que estos días se expresa sin tapujos. ¿Podría desembocar esta en un conflicto armado a gran escala por el control de la isla? A falta de conocer lo que nos deparará el futuro, podemos echar la vista atrás para saber qué poderes mueven los hilos que marcan la agenda internacional en el estrecho de Taiwán.

El origen de la división parte de la victoria comunista de 1949, cuando Mao Zedong impuso su dominio en la parte continental y el gobierno antagonista se replegó al territorio insular, esperando poder retomar el terreno perdido algún día, más pronto que tarde. Todo parecía apuntar a una victoria total de los comunistas hasta que poco después la guerra de Corea cambió el curso de los acontecimientos. Ante un posible refortalecimiento del bloque comunista en Asia, los Estados Unidos de América decidieron de forma unilateral tomar partido por el gobierno que ostentaba el poder sobre la isla de Taiwán y algunos archipiélagos menores.

Su apoyo fue clave para resistir y las décadas siguientes vinieron marcadas por los vaivenes diplomáticos en un contexto de Guerra Fría y enfrentamiento de bloques. Paulatinamente Taiwán fue desapareciendo de la escena oficial internacional y, en este sentido, el principal hito lo hallamos en 1991, cuando el gobierno insular renunció oficialmente a retomar el poder de la China continental. Sin embargo la isla se encuentra en una suerte de limbo jurídico y legal, y de facto se rige por la constitución vigente en la República de China en 1947, una norma anticuada que no puede ser renovada porque los mecanismos para ello simplemente no existen.

No obstante, desde los años sesenta y más prolíficamente en los años setenta, ochenta y noventa del siglo pasado Taiwán ejerció una función de atracción del capital extranjero, e incluso participó activamente en el sustento de las estructuras que de forma más o menos velada lucharon contra el comunismo en el contexto internacional, especialmente en América Latina. Asimismo, en todo este tiempo, la mayoría de Estados del mundo han mantenido algún tipo de relación económica y política con Taiwán, siempre auspiciado y patrocinado por Estados Unidos y el resto de Occidente, aunque estos vínculos deban producirse de forma más o menos velada y encubierta, a través de embajadas oficiosas que normalmente toman la apariencia de oficinas comerciales o de turismo.

Curiosamente, Taiwán participa con entidad propia en los Juegos Olímpicos y en otras competiciones deportivas de ámbito internacional bajo la denominación de China Taipéi. Pero formalmente no es un Estado, y como tal no puede pertenecer a ningún tipo de organización internacional. Además, en caso de realizar el mínimo intento, el bloqueo de la República Popular China sería inmediato. En todo este tiempo ambas entidades políticas han mantenido momentos de mayor o menor tensión, y además de las cuestiones políticas cabe destacar la importancia estratégica de este enclave.

Según distintos trabajos especializados, la mayoría del tráfico marítimo comercial actual discurre por sus aguas, por lo que toda desestabilización en el estrecho de Taiwán comportará irremediablemente consecuencias comerciales y económicas a escala global. Más recientemente la isla se ha especializado en la producción de semiconductores, elementos indispensables para la amplia gama de dispositivos electrónicos.

Volviendo al inicio de este escrito, los partidarios de «una sola China» que engloba la parte continental, más Hong Kong, Macao y Taiwán, y los que desde la isla reivindican su derecho a transitar un camino propio parecen abocados a resolver la dicotomía mediante el entendimiento, la aceptación mutua y el diálogo. No obstante, la legislación de la República Popular China autoriza explícitamente el uso de la fuerza para recuperar el control de un territorio sublevado, y Taiwán es considerado por Pekín como tierra rebelde desde un ya lejano 1949.

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