La variante B.1.1.7 del virus de la COVID-19, conocida coloquialmente como británica, está asociada a una tasa de mortalidad significativamente mayor, entre un 30 y un 100 por cien más mortal que las cepas anteriores, según una nueva investigación publicada en la revista científica 'British Medical Journal'.
El estudio, realizado por epidemiólogos de las Universidades de Exeter y Bristol (Reino Unido), comparó las tasas de mortalidad entre las personas infectadas con la nueva variante y las infectadas con otras cepas.
Se demostró que la nueva variante provocó 227 muertes en una muestra de 54.906 pacientes, en comparación con 141 entre el mismo número de pacientes estrechamente emparejados que tenían las cepas anteriores.
«La muerte por COVID-19 sigue siendo un acontecimiento raro, pero la variante B.1.1.7 aumenta el riesgo. Junto con su capacidad de propagación rápida, esto hace que sea una amenaza que debe tomarse en serio», explica el autor principal del estudio, Robert Challen, de la Universidad de Exeter.
«Centramos nuestro análisis en los casos ocurridos entre noviembre de 2020 y enero de 2021, cuando tanto las variantes antiguas como la nueva variante estaban presentes en Reino Unido. Esto significó que pudimos maximizar el número de «coincidencias» y reducir el impacto de otros sesgos. Los análisis posteriores han confirmado nuestros resultados», esgrime otro de los autores, Leon Danon, de la Universidad de Bristol.
«Fue una suerte que la mutación se produjera en una parte del genoma cubierta por las pruebas diagnósticas ya disponibles. En el futuro podrían surgir mutaciones y propagarse sin control», ha remachado Ellen Brooks-Pollock, de la Universidad de Bristol.