El 25 de junio de 1950 las tropas norcoreanas invadieron Corea del Sur, en el que sería el inicio de una guerra inacabada a día de hoy. Siete décadas después, los dos países vecinos encaran el aniversario de este conflicto en plena escalada de tensiones políticas y lejos ya del acercamiento de 2018 que llevó a pensar en un hipotético tratado de paz.
La división de la península de Corea se remonta a 1945, cuando las entonces potencias dominantes, Estados Unidos y la Unión Soviética, utilizaron el paralelo 38 como línea para repartirse el poder. Los dos países se repartieron territorio e influencia en busca de un equilibrio geopolítico que saltó por los aires cinco años más tarde.
Una invasión de tropas norcoreanas agitó de nuevo el tablero militar, implicando a más de una veintena de países y casi dos millones de efectivos. Soviéticos y chinos respaldaron a Corea del Norte, mientras que por la parte Sur Estados Unidos fue quien ejerció como principal valedor para repeler una conquista que se frustró en el río Nakdong.
El tira y afloja bélico llevó a largas negociaciones de paz que se fraguaron el 27 de julio de 1953 en un armisticio suscrito por Corea del Norte y por Estados Unidos y en el cual se estableció de nuevo como referencia el paralelo 38, pseudofrontera que aún se mantiene como una de las zonas mas tensas en términos militares y políticos de todo el mundo.
La guerra de Corea, en términos estrictos, no ha concluido, ya que el texto de 1953 no fue un tratado de paz, sino un acuerdo para lograr el cese de hostilidades entre las partes. Casi siete décadas después, el tratado se resiste, a pesar de que en 2018 los líderes de Corea del Norte y Corea del Sur, Kim Jong Un y Moon Jae In, se fijaron un año de plazo para firmar la paz.
Lejos queda ahora ese acercamiento, cuando las simbólicas reuniones entre Kim y Moon establecieron acuerdos sin precedentes entre los dos vecinos. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, era el tercero en discordia y mantuvo dos cumbres con el dirigente norcoreano, la segunda de las cuales concluyó en un sonado fracaso.
Entonces, las partes vieron factible avanzar hacia la desnuclearización de la península, lo que pasaba principalmente por el fin de la carrera armamentística en Corea del Norte, y la reducción de la influencia norteamericana en la parte Sur, ejemplificada en un despliegue continuo y en maniobras regulares para recordar que cualquier amenaza tendrá respuesta.
La oficina de enlace que Kim y Moon pactaron crear en 2018 para intercambiar comunicaciones constantes saltó por los aires --literalmente-- la semana pasada, después de el régimen de Corea del Norte dijese estar harto de las supuestas provocaciones llegadas desde el otro lado de la frontera, en particular del envío de propaganda por parte de grupos desertores.
Pyongyang optó por dinamitar la oficina instalada en Kaesong y rompió las comunicaciones, pese a los intentos de Seúl de desmarcarse de los desertores y de advertir de que cualquier actividad cerca de la zona desmilitarizada estaba poniendo en riesgo la seguridad nacional. Ahora, es el Gobierno de Corea del Norte el que ha vuelto a apostar por la simbólica propaganda.
El régimen norcoreano también anunció la semana pasada que volvería a realizar «todo tipo de ejercicios militares» en las áreas fronterizas de Kaesong y el monte Kumgang, para luego indicar este miércoles que suspendía los «planes de acción militar» que tenía en mente, al menos por el momento. Seúl, en uno de sus mensajes más contundentes, avisó recientemente de que las autoridades norcoreanas «pagarán el precio» de cualquier actividad beligerante.
La guerra agudizó la división entre dos países y también la de miles de familias, algunas de las cuales han podido reencontrarse décadas después gracias a las reunificaciones iniciadas en el año 2000. Unas 18.000 personas de 4.000 familias se han beneficiado de estos programas, que se reanudaron en 2018 pero volvieron a cancelarse tras solo una cita -la vigésimo primera en total-.
Las autoridades estiman que menos de 53.000 de las 133.000 personas registradas como familiares separados por la guerra seguían vivas en noviembre de 2019. De ellas, dos de cada tres tenían 80 años o más, por lo que las organizaciones que colaboran en estos reencuentros han advertido en reiteradas ocasiones de que el tiempo apremia.
El relator especial de la ONU para los Derechos Humanos en Corea del Norte, Tomás Ojea Quintana, ha abogado en su último informe por dejar de lado «cualquier supuesto obstáculo político» y celebrar nuevos encuentros, tanto por razones humanitarias como por una cuestión de Derechos Humanos.
Ojea Quintana ha subrayado que tampoco la pandemia de COVID-19 puede servir como «excusa» para negar los contactos, puesto que existe tecnología ya instalada para celebrar al menos videoconferencias. «Por la edad de estas personas, podría ser su última oportunidad de tener el tan necesario encuentro», ha añadido.
La península de Corea se mantiene como uno de los últimos vestigios de la Guerra Fría, con la sombra del conflicto iniciado hace setenta años presente en el día a día de dos países que han seguido caminos diametralmente opuestos. Corea del Sur es la duodécima mayor economía del mundo, frente a una Corea del Norte que acumula once millones de desnutridos, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Corea del Norte sigue funcionando como un Estado del antiguo Telón de Acero, controlando al máximo las informaciones y castigando con mano de hierro cualquier atisbo de disidencia, como acreditan organizaciones defensoras de Derechos Humanos y desertores huidos a la parte Sur. Kim Jong Un ejerce un hiperliderazgo heredado de su padre y de su abuelo y agitando el arma nuclear como potencial amenaza.
«En el ámbito fronterizo, la disputa entre Estados Unidos y la Unión Soviética y ahora entre Estados Unidos y China ha hecho que la estructura de le Guerra Fría se anquilose», afirma el profesor Park Won Gon, experto en relaciones internacionales de la Universidad Global de Handong, en declaraciones a la agencia surcoreana Yonhap.
En su opinión, la trascendencia internacional del conflicto, «junto a la desconfianza mutua, las discrepancias internas (entre los distintos partido de Corea del Sur) y las no menos frecuentes provocaciones de Pyongyang» están detrás de que, setenta años después, «la paz esté lejos de darse por sentada» en la región.