Antes de aplaudir o censurar cómo llevamos la lucha contra el coronavirus en España, es bueno saber que todo se podría haber hecho de otra forma –naturalmente no me refiero a la insensatez de inyectarnos lejía en vena–, tal vez incluso más científica.
En Suecia, el organismo que se encarga de la salud está dirigido por académicos que llevan años en sus cargos y en cuyas decisiones los políticos no se pueden entrometer. Su responsable es Anders Tegnell, un epidemiólogo absolutamente reconocido, asesorado por Johan Giesecke, autor de incontables libros, casi doscientos artículos académicos, profesor en varias universidades. En una palabra, dos eminencias. Los dos discrepan de los métodos que emplea el resto del mundo. Estas son sus ideas:
El confinamiento masivo de la población, practicado en casi todo el mundo, carece de fundamento científico y responde a la necesidad política de hacer algo y que parezca contundente. Lo correcto sería proteger únicamente a los más mayores y a los más vulnerables y dejar que el virus circule libremente en el resto de la sociedad, lo cual con el tiempo conduce a la inmunidad de grupo, que finalmente anula sus efectos.
Esta es la respuesta sueca a la enfermedad y la que inicialmente se planteó Boris Johnson hasta que el Imperial College (de Neil Ferguson) habló de centenares de miles de muertos en Gran Bretaña si se mantenía esa política. Giesecke cuestiona seriamente a Ferguson, simplemente porque no hay evidencias para demostrar sus afirmaciones y porque su estudio no ha sido contrastado. El confinamiento extremo, dice Giesecke, es muy dudoso como para convertirse en política gubernamental. Giesecke recomienda que la gente salga a la calle: «Hay mucha gente sentada en casa. Deberían salir y caminar bajo el sol primaveral, llamar a un amigo y pasear con un metro de distancia. Es peligroso para vuestra salud estar sentados en casa». Dinamarca no sigue el modelo sueco. Cerró sus fronteras como todos los demás países. Dinamarca tiene el 57 % por ciento de la población de Suecia pero un 61 % de sus infectados, lo que desconcierta a los analistas. Por mil habitantes, Suecia tiene muchos más muertos que Noruega y Dinamarca, pero muchos menos que Italia o España.
Giesecke reconoce que en la mayor parte de los países europeos las curvas de crecimiento de la epidemia están aplanándose, pero dice que eso ocurre porque los más débiles han muerto en este primer brote, pero que el impacto del virus no desaparecerá. En su opinión, a la larga, el número de muertos tanto en los países que han escogido un modelo como el otro será similar, pero en Suecia llegarán antes a la estabilidad. «Esta es una maratón, no un esprint», dice la viceprimera ministra, Isabella Lövin. No crean que Lövin es una seguidora de Bolsonaro, la co-líder del partido Los Verdes suecos es todo lo contrario.
Tal como se decía al aparecer el virus, Giesecke cree que la COVID-19 es una enfermedad moderada, como la gripe, pero su novedad ha provocado pánico. Atención: lo realmente importante de su análisis es que para él la tasa de mortalidad del COVID-19 está en el entorno del 0,1 %, no el 1 % como se suele decir y menos aún el 4 % que se deduce de las cifras oficiales. ¿Por qué ese 0,1 % no es la tasa que se hace pública? Porque nadie sabe cuántos infectados hay realmente. Según Giesecke, el número de infectados es espectacularmente superior a lo que se ha comprobado, pero como no existen test suficientes para determinarlo, hay una sobrevaloración de la enfermedad. Cuando exista la posibilidad de conocer quién tiene anticuerpos, se sabrá que al final, más de la mitad de la población habrá pasado por el COVID-19, en la mayor parte de los casos sin síntomas. En Estocolmo, se calcula que el 50 % de la población ya está infectada; en los demás países, como España, en torno al 10.
¿Es mejor el método sueco que el confinamiento extremo? Según Suecia sí, porque no paraliza la economía y, sobre todo, porque en todos los demás países, excepto en Suecia, a medida que vayan intentando retornar a la normalidad, volverá a haber oleadas de muertos porque muchos ciudadanos se expondrán a la enfermedad por primera vez. Todo el sacrificio habrá sido en balde.
Yo no tengo ni idea de si Suecia está en lo cierto, pero sí sé que no estamos ante unos locos indocumentados que juegan con la salud de su gente. Es más, si me preguntaran si prefiero fiarme de un profesional o de un político desesperado porque su imagen pública se hunde, no tengo duda de mi preferencia.