El emperador Naruhito de Japón proclamó este martes su ascenso al Trono del Crisantemo en una ceremonia celebrada en el Palacio Imperial de Tokio ante invitados de todo el mundo, y que ofreció un inusual atisbo a los ritos de la milenaria dinastía nipona.
En una jornada lluviosa y declarada festividad nacional, el nuevo emperador nipón protagonizó un acto solemne de unos 30 minutos de duración, con el que se completan los principales fastos de su entronización tras heredar el cargo de su padre, Akihito, el pasado mayo.
El momento central del acto tuvo lugar cuando los chambelanes descorrieron las cortinas del trono «Takamikura», mostrando así a un inmóvil Naruhito ataviado con el traje ceremonial marrón rojizo que sólo pueden vestir los emperadores, y ante las profundas reverencias de los asistentes.
Este trono octagonal, usado desde el siglo VIII en ceremonias de entronización y decorado con un dosel de 6,5 metros de altura y motivos de animales mitológicos, se situaba en el centro de la Sala del Pino del Palacio (Matsu no Ma), donde sólo pudieron presenciar el acto de cerca los miembros de la familia imperial nipona.
En otro trono más bajo que el del emperador compareció la emperatriz Masako, quien continúa recuperándose de una larga depresión inducida por el estrés, y vestida con un kimono de doce capas con tonos pálidos y rojizos que evocan el sol en su punto álgido, además de un elaborado recogido de pelo.
La ceremonia se desarrolló en un silencio absoluto, solo roto por los toques de instrumentos tradicionales que marcaban los tiempos, y por el discurso del emperador que fue seguido de los tradicionales «banzai» (Larga vida al emperador) gritados por el primer ministro, Shinzo Abe, y por las salvas de cañón.
«Ahora, en esta ceremonia, hago la proclamación de entronización ante quienes están dentro y fuera de Japón», dijo Naruhito, quien también se comprometió a cumplir con sus funciones constitucionales, limitadas a ser «símbolo de la nación» y «unidad del pueblo japonés».
El emperador también tuvo palabras de recuerdo a su padre e hizo votos en favor de la «felicidad del pueblo japonés y la paz del mundo», durante una ceremonia histórica retransmitida en directo por la cadena estatal NHK.
Los aproximadamente 2.000 invitados entre representantes políticos nipones y dignatarios internacionales contemplaron esta escena desde otras estancias del palacio, y a través de ventanales al otro lado del patio del Palacio Imperial o de pantallas, debido al reducido tamaño de la Sala del Pino.
En primera fila entre los invitados estaban sentados monarcas como los reyes de España, Felipe VI y doña Letizia, entre otros jefes de Estado y de Gobierno de unos 70 países de todo el mundo.
Durante la ceremonia lució el sol sobre el cielo de Tokio, después de que en horas previas cayera una intensa lluvia sobre la capital mientras los invitados iban llegando al palacio y al tiempo que los emperadores fueron a presentar plegarias a la principal deidad sintoísta, Amaterasu, en un santuario dentro del Palacio.
El programa de celebraciones continuará esta tarde con un cóctel y un banquete de gala en el Palacio, donde los invitados tendrán ocasión de departir con los emperadores.
La expectación de los japoneses y el interés mediático hacia el evento celebrado a puerta cerrada en el Palacio fueron inferiores a lo que suscitó el rito de acceso al cargo de Naruhito del pasado 1 de mayo, un acto que también conllevó el comienzo en el calendario nipón de una nueva era, Reiwa.
Algunos curiosos equipados con paraguas acudieron al exterior del recinto amurallado del Palacio Imperial para contemplar el trasiego de coches oficiales y fuerzas de seguridad.
El programa de este martes incluía inicialmente una caravana en la que Naruhito y Masako iban a desfilar en descapotable por las calles de Tokio, pero la única ocasión que tenían los japoneses para ver de cerca a sus nuevos emperadores ha sido retrasada al próximo 10 de noviembre por decisión del Gobierno a raíz de los estragos causados por un reciente tifón.
La ceremonia, conocida en japonés como «Sokuirei Seiden no gi», siguió el mismo patrón que las celebradas para el ascenso al trono de Akihito en 1990 y de Hirohito en 1928, aunque esta última tuvo lugar en Kioto y no contó con un amplio número de invitados extranjeros.
Los ritos de asunción del cargo de emperador y de ascenso al trono de la dinastía reinante más antigua del mundo se han celebrado por separado y siguiendo la misma liturgia desde el siglo IX.