La aprobación por parte del Senado de Estados Unidos de la reforma fiscal ha permitido al presidente Donald Trump sumar este sábado su primera gran victoria después de casi un año ocupando la Casa Blanca, en el que hasta el momento no había podido cumplir ninguna de sus grandes promesas electorales.
Pese a contar con una mayoría en las dos cámaras del Congreso, en sus primeros meses en la presidencia el mandatario había recibido una auténtica lección de aquello que en los años ochenta se dio en llamar «Realpolitik», que le llevó a descubrir que no basta con ganar las elecciones para poder gobernar.
Por este motivo, no es de extrañar que Trump, que a primera hora de hoy agradeció a sus correligionarios por su «compromiso», no tardara en atribuirse el mérito de que la reforma fiscal haya pasado este penúltimo obstáculo, antes de que sea unificada con la versión de la Cámara de Representantes, y pueda ser promulgada.
«Tenemos que usar la palabra 'rebaja'. Dije a todos que reforma puede ser que los impuestos suben», dijo un pletórico Trump durante un acto de recaudación de fondos celebrado hoy en Nueva York en el que explicó sus argumentos para convencer a la bancada republicana de la necesidad de dar el visto bueno a su propuesta.
Por su parte, la Casa Blanca también celebró la aprobación de la reforma fiscal mediante un comunicado en el que calificó el proyecto como «una oportunidad única en la vida para reclamar el gran destino de Estados Unidos».
Pero su aprobación estuvo lejos de ser un camino de rosas.
No obstante, el proyecto fue aprobado de madrugada, después de una larga jornada de negociaciones y concesiones por parte del núcleo duro de Trump a sus compañeros republicanos, puesto que la exigua mayoría de los conservadores en la Cámara alta se antojaba insuficiente en caso de que se produjera más de una disidencia.
El único voto en contra de la bancada republicana, emitido por el senador Bob Corker, y de todos los legisladores de la oposición no fueron suficientes para tumbar una rebaja impositiva que ha llegado a ser calificada por la líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, de «traición» a la clase media.
La posibilidad de que el proyecto pudiera no salir adelante hacía temer al Partido Republicano que se pudiera repetir la situación ocurrida el pasado verano, cuando Trump no fue capaz de aunar el apoyo necesario entre sus propios compañeros de partido para derogar la ley sanitaria conocida como Obamacare.
Durante la campaña electoral del año pasado, el ahora presidente había atacado con vehemencia dicha ley sanitaria, por considerar que privaba a los estadounidenses de su libertad de elección, y se comprometió a acabar con ella tan pronto ocupara el Despacho Oval.
Sin embargo, Trump descubrió a base de sucesivas derrotas en el Congreso que la otrora impopular ley impulsada por el presidente Barack Obama (2009-2017) había ganado en los últimos años el suficiente apoyo como para que numerosos legisladores republicanos se mostraran contrarios a su derogación por miedo a tener que pagar en un futuro un elevado precio electoral.
Al igual que sucedió con el Obamacare, el presidente no había conseguido hasta la fecha el apoyo necesario para hacer realidad algunas de sus otras grandes promesas electorales, como la construcción de un muro en la frontera con México u otras medidas para endurecer la entrada de emigrantes, mediante decretos que fueron tumbados por distintos tribunales por considerarlos inconstitucionales.
Y cuando no fue la falta de apoyo político, fue la falta de pericia política por parte de su Gabinete la que hizo dudar a la base del populista mandatario de su capacidad de cumplir con sus compromisos.
Un claro ejemplo ha sido su promesa de drenar «la ciénaga» en la que, según Trump, se había convertido la clase política de Washington, siempre abierta a los intereses partidistas y a los privilegios que conlleva formar parte de la Administración.
Pero lejos de hacerlo, Trump ha tenido que ver cómo varios de los principales miembros de su Gabinete han sido acusados de abusar de los privilegios que conllevan sus cargos.
Especialmente llamativa fue la oleada de acusaciones recibidas en septiembre por diversos secretarios del Ejecutivo por su abuso en el uso de vuelos privados y que acabaron costándole el cargo al máximo responsable de la cartera de Salud, Tom Price.
Todas estas nubes que oscurecían el cielo de la presidencia parecen haberse disipado, al menos un poco, después de la victoria republicana en el Senado esta madrugada, que ha supuesto el primer gran triunfo de Trump.