Uno de los primeros pasajeros que ha podido llegar a España, procedente del aeropuerto belga de Charleroi, cercano a la capital belga, ha relatado los «momentos de pánico» que se han vivido en Bruselas tras los atentados terroristas de este martes.
Antoni Vicens, ha llegado este martes por la mañana al aeropuerto de Son Sant Joan en un vuelo reprogramado de Ryanair (RYR 2915), que estaba previsto desde el aeropuerto de Zaventem-Bruselas, pero que ha sido operado desde el aeropuerto de Charleroi.
El pasajero ha destacado las fuertes medidas de seguridad que hay en este momento en el aeropuerto de Charleroi, donde los viajeros tienen que pasar hasta tres controles diferentes, que incluyen la revisión de las maletas «una por una».
Por su parte, Margalida es una estudiante que acaba de regresar desde Bruselas. Nada más aterrizar, en el aeropuerto de Son Sant Joan, se confiesa un poco asustada, con la sensación de que «no te puedes fiar», porque «no sabes cuando acabará», pero con la impresión también de que no todo ha de pararse por este tipo de situaciones.
«Es un susto, pero al mismo tiempo te preguntas por qué se ha de parar el mundo por una cosa así», afirma Margalida, quien además mantiene que lo importante es «intentar que no te afecte».
La estudiante ha reconocido que debido a que ella no vive en la capital afectada por los atentados no ha vivido la situación desde un puesto protagonista, sino que se ha ido enterando por los medios de todo.
Por ello, aclara que no ha experimentado la sensación de miedo en las calles, y ha destacado que no tiene la sensación de que haya más seguridad: «He pasado los mismos controles. He pasado un control normal en el aeropuerto».
Asimismo, ha lamentado la «desinformación» respecto a los cambios en los vuelos, ya que, según ha aseverado, debido al cierre del aeropuerto de Bruselas, se ha derivado la gran mayoría a un aeródromo de pequeñas dimensiones, «que no está preparado» para recibir la avalancha de personas que está registrando.
Por último, una Margalida aliviada reitera que el «susto» que tenía no solamente era por no saber si «podría volver a casa», sino por la sensación de que «no te puedes fiar», aunque vivas a 20 kilómetros de la gran ciudad y sea «un mundo aparte».