El régimen de Bachar al Asad ha depositado su suerte en la escena internacional en manos de Rusia y ayer los partidarios del presidente sirio salieron a Damasco para agradecer, banderas rusas al viento, el apoyo de Moscú.
El veto de Rusia a una resolución del Consejo de Seguridad sobre Siria le ha valido el rechazo unánime de los países árabes y occidentales, además del propio secretario general de la ONU, pero ha encontrado el reconocimiento de los fieles asadistas.
Frente al creciente aislamiento en que se haya sumido Damasco, el respaldo ruso es percibido como la garantía de que la comunidad internacional no actuará con una sola voz en la crisis siria. El fantasma de una intervención como la de Libia planea sobre las calles de la capital.
Los opositores a Al Asad, por su parte, no ocultan que la incapacidad del Consejo de Seguridad para actuar de común acuerdo es un balde de agua fría para sus aspiraciones y supone la concesión al régimen de una «licencia para matar».
Justificación rusa
Según Moscú, el proyecto de resolución que se votó el sábado en el Consejo de Seguridad, y que fue vetado por Rusia y China, «no contemplaba (...) las exigencias a la oposición siria para que renieguen de los elementos extremistas que han optado por la violencia».
Sin embargo, Rusia deberá definir todavía más su postura en la esperada reunión que mañana mantendrán con Al Asad en Damasco su ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, y el jefe del Servicio de Inteligencia Exterior, Mijail Frádkov.
Siria es uno de los pocos aliados estratégicos que le restan a Rusia en Oriente Medio, además de ser su puerta al Mediterráneo a través del puerto de Tartús, que cobija la única base naval rusa en este mar.