JAVIER MARTÍN-EL CAIRO
En medio de la apatía generalizada, que incluso atenuó las
denuncias por las flagrantes irregularidades, Egipto celebró ayer
los primeros comicios presidenciales de su historia. La falta de
entusiasmo fue la nota destacada en un día que el Gobierno egipcio
calificó de histórico y que la comunidad internacional había
señalado como ejemplo del auge de la democracia en Oriente
Medio.
Pero ni con estos adjetivos se consiguió movilizar en masa a los egipcios, desmoralizados por la previsible victoria -que se augura apabullante-, de Hosni Mubarak, el hombre que rige los destinos del país desde hace 24 años.
«Esperaremos a ver las cifras, pero el triunfo sería que votara más de un 20 por ciento de los casi 30 millones de electores», declaró un observador independiente. Y es que el régimen se ha esforzado al máximo para dotar a la consulta de una imagen democrática y tratar de sofocar la sensación de que el resultado está amañado.
El director de la Comisión Electoral, Osama Alawia, aseguró a media tarde que la participación era elevada, lo que en su opinión demostraba «la salud de unas elecciones en las que los egipcios han podido expresar libremente su opinión». Sin embargo, tanto en la capital como el campo, la realidad era distinta, con una extraña sensación de día festivo, sin apenas tráfico en las calles.