El rey Fahd, fundador de la moderna Arabia Saudí, fue enterrado ayer en una tumba anónima del cementerio de Al-Oud, en Riad, tras unos austeros funerales a los que asistieron 36 jefes de Estado árabes y de otros países.
Ajena al boato que forjó la leyenda de este monarca con fama de hombre justo, la ceremonia fue un breve acto de apenas dos horas de duración muy distinto a los funerales de Estado con los que se despidió a otros líderes de la región, como los del presidente palestino, Yaser Arafat.
La estricta y radical interpretación del Islam que rige en Arabia Saudí, conocida como wahabismo, proscribe cualquier tipo de funeral de Estado y recomienda un acto sencillo y recoleto.
Las exequias comenzaron poco antes de la oración preceptiva de la tarde con el traslado del cuerpo sin vida del rey Fahd bin Abdelaziz desde el hospital donde falleció hasta la mezquita del Imán Turki, de Riad.
El cadáver fue introducido en el templo a hombros por miembros de la familia real saudí, recostado sobre una sencilla tabla de madera con inscripciones coránicas, envuelto en un sudario de tela blanco y cubierto por la última capa (abaya) que el soberano vistió. Nada más entrar en la mezquita, el muecín del templo llamó a la oración de la tarde.
Numerosos líderes árabes y extranjeros, como el presidente de Pakistán, Parvez Musharaf, y la mayoría de los jefes de Estado de la Liga Arabe, acompañaron la oración en el interior del santuario, junto al nuevo rey del país, Abdala.
Los que no pudieron entrar en el recinto sagrado fueron los representantes de países no musulmanes, que expresaron su pésame ante el nuevo rey y el príncipe heredero, Sultán bin Abdelaziz, en el palacio del gobernador de Riad. 36 jefes de Estado acudieron a la capital del reino para participar en los actos y expresar sus condolencia a la familia.