La ceremonia de entronización de Alberto II de Mónaco se abrió ayer con una misa solemne de «Te Deum» oficiada en presencia de miles de invitados por Bernard Barsi, el arzobispo del micro-Estado mediterráneo, donde el catolicismo es religión oficial. Visiblemente distendido, el príncipe llegó a la catedral del Principado, donde yacen los cuerpos de sus padres, Rainiero III, fallecido el pasado 6 de abril, y Grace Kelly, que murió en un accidente de tráfico en 1982.
Alberto, de 47 años, había mostrado su deseo de que el acto fuese íntimo, casi familiar, compartido exclusivamente con su pueblo, y que precediese a los fastos de la ceremonia internacional de coronación, que tendrá lugar el próximo 19 de noviembre en presencia de delegaciones procedentes de todo el mundo. Aunque oficiosamente Alberto II está al frente del micro-Estado mediterráneo desde la muerte de su padre, ha tenido que esperar al fin de los tres meses de luto oficial de la familia Grimaldi para poder celebrar su simbólica entronización, en la más arraigada tradición de la familia aristocrática.
Con traje oscuro y corbata azul, el príncipe llegó a la catedral en una lujosa limusina, acompañado de su hermana Estefanía, la menor de la saga, vestida con una cazadora blanca y con un veraniego vestido de flores de tonos rosados. Tras ellos llegó la primogénita de los Grimaldi, Carolina, con un conjunto de línea piramidal blanco y negro y tocada de una pamela negra de plumas, del brazo de su esposo Ernesto de Hannover.
Juntos entraron en el templo, seguidos de los sobrinos del príncipe y de otros miembros de la familia, que en medio de un «Voluntary» de Jeremiah Clarke, alcanzaron los puestos de honor.