SERGIO IMBERT-MOSCÚ
Miles de civiles que huyen de la violencia en Uzbekistán se
agolparon en la frontera con Kirguizistán para refugiarse en el
país vecino, mientras continuaba la confusión y el mutismo oficial
sobre el número de víctimas causado por el Ejército uzbeko.
Activistas humanitarios y médicos cifraron en 500 muertos y 2.000
heridos las víctimas del ataque de las tropas el pasado viernes
contra un grupo de rebeldes armados apoyados por miles de civiles
que se manifestaban en la ciudad oriental uzbeka de Andizhán.
El presidente uzbeko, Islám Karímov, atribuyó la insurrección a fuerzas integristas islámicas y dijo que en los enfrentamientos sólo murieron diez militares y «muchos más» rebeldes.
Y mientras Andizhán volvía a la normalidad y enterraba a sus muertos bajo la atenta mirada de los militares, el centro de gravedad de la crisis se desplazó a Karasu, localidad fronteriza adonde acudieron miles de refugiados asustados por la violencia de su ciudad.
Los primeros 6.000 refugiados desesperados llegados a Karasu (antigua Ilichovsk dividida por la mitad por el río Shahrijansáy y repartida entre ambos países vecinos tras la caída de la URSS) se encontraron con la frontera cerrada a cal y canto por ambos lados.La muchedumbre quemó varios coches de la policía, arrojó al río un camión militar, prendió fuego a varios edificios oficiales, golpeó a agentes y funcionarios y durante la noche se hizo de hecho con el control de la ciudad, abandonada por las autoridades locales.
Los refugiados repararon un puente destruido sobre el río Shahrijansáy y unos 600 pasaron al otro lado, donde fueron alojados y atendidos en un campamento improvisado de tiendas de campaña. Funcionarios kirguises confirmaron que 22 refugiados presentaban heridas de bala y necesitaron urgente ayuda médica, y que los demás incluso transportaron a través del río varios cadáveres de sus familiares abatidos.