Para el presidente de EEUU, George W. Bush, la reelección lograda ayer representa una reivindicación de su estrategia a lo largo de sus primeros cuatro años de mandato y su mimo a las bases republicanas más conservadoras.
Para este presidente, ganar un nuevo mandato que le reivindicara como líder del país y de la guerra era un desafío no sólo político, sino personal y familiar. La derrota de su padre, George Bush, en las elecciones de 1992, le afectó particularmente.
Siempre opinó que, frente a la actitud moderada de su padre, que intentó ganarse a los centristas, debía haberse hecho más hincapié en el cultivo de la base republicana de la América profunda.
Y esa ha sido la estrategia que ha seguido durante su mandato.
Aunque llegó a la presidencia con la promesa de ser un «unificador, no un divisor», a lo largo de los últimos cuatro años -y, específicamente, durante la campaña- se ha esforzado en mostrarse como un líder guiado por sus principios morales, estrictamente conservadores.
La base republicana le ha respondido acudiendo a votar en masa y dándole unas cifras de voto popular -58,4 millones de sufragios-, que no había logrado hasta ahora ningún presidente.
Bush, que a menudo ha citado a Dios como su guía, ha hecho de la seguridad y de la necesidad de proteger a sus conciudadanos el lema de su campaña.Y es que todos, propios y extraños, coinciden en que el mejor momento de su mandato se produjo tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando galvanizó al país con su promesa de atrapar a los responsables de la muerte de casi 3.000 personas en Nueva York, Washington y Pensilvania.
No logró el mismo apoyo en la guerra contra Irak, que, junto al terrorismo, han sido factores decisivos en su mandato.
Pero, pese a las críticas, nunca ha mostrado dudas ni disposición a ceder. Ni siquiera el reconocimiento de su Administración de que no existían armas de destrucción masiva en Irak, el principal argumento que Washington esgrimió para ir a la guerra, le hizo cambiar de actitud.
Bush seguirá en la Casa Blanca porque es visto como un hombre perseverante, seguro y, sobre todo, capacitado para ser el comandante en jefe contra el terrorismo.
Su mensaje claro, conciso, firme y enfocado en una única prioridad, la de la guerra contra el terrorismo, caló en los estadounidenses, todavía atemorizados por la posibilidad de que se repita la tragedia del 11-S.
Prueba de ello fueron los 58 millones largos de votos populares conseguidos en las presidenciales, casi cuatro millones más que el demócrata John Kerry.