El primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, trata de convencer al comisario europeo Mario Monti para que acepte la cartera de Economía, vacante tras la dimisión de Giulio Tremonti, y cerrar así la crisis abierta en su Gobierno.
Sólo con la llegada al Ejecutivo de un personaje de peso, con una gran reputación tanto dentro como fuera de Italia, como es el caso de Monti, está convencido Berlusconi que puede conjurar, al menos de momento, las luchas intestinas desatadas en su coalición.
La cabeza de Tremonti, conocido por sus poderes como el superministro, la pidió y la obtuvo la derechista Alianza Nacional (AN), del viceprimer ministro Gianfranco Fini, tras varias jornadas de ultimátum y amenazas de elecciones anticipadas.
Alianza Nacional había hecho de la política económica, llena de flacos resultados y señalada con el dedo por Bruselas, el caballo de batalla del debate impulsado por Berlusconi tras sus derrotas en los recientes comicios europeos y locales.
Al final la cuerda se rompió, paradójicamente, por un nudo, el del todopoderoso Tremonti, hombre de confianza del primer ministro, al que ayudó decisivamente a regresar al poder en 2001 como artífice directo del decisivo pacto de Forza Italia con la Liga Norte.
La dimensión de este cese parece haber aconsejado a Berlusconi la necesidad de cubrir rápidamente el hueco, sin abrir formalmente una crisis, que según la praxis política italiana conlleva la dimisión de todo el Gobierno para poder formar luego uno nuevo.