En medio de las críticas de la oposición de izquierdas y de las exigencias de los sindicatos de un cambio de su política impopular, el primer ministro francés, Jean-Pierre Raffarin, ultima la composición de su nuevo Gobierno. Tras caminar por la cuerda floja de los desastrosos resultados electorales de las elecciones regionales del pasado domingo, el primer ministro se ha guardado su dimisión, rechazada por el presidente francés, Jacques Chirac, y daba ayer los últimos retoques al Ejecutivo Raffarin III, que debe ser desvelado hoy.
Con su nuevo equipo de «combate», Raffarin tendrá que llevar a bien lo que se ha dado en llamar «la campaña de los cien días», aunque en realidad serán 73, el tiempo que falta para las europeas de junio, cuyas perspectivas se perfilan igualmente negras para la derecha, pues se celebrarán después de la reforma del seguro médico. Raffarin, en el poder desde mayo de 2002, cuando Chirac renovó su mandato con un apoyo del 82% de los votantes que cerraron el paso así al Elíseo al ultraderechista Jean-Marie Le Pen, tiene ante sí una segunda oportunidad para cambiar el método, pero no su política de reformas, es decir, para explicarlas mejor a los franceses.
Si lo logra, Raffarin seguirá en Matignon (sede del Gobierno), pero si fracasa deberá ceder su puesto, y posiblemente su heredero sería entonces el popular e hiperactivo ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, quien asumirá mañana la presidencia del Consejo general del departamento de Hauts-de-Seine, una plaza que ganó en la primera vuelta de las Cantonales del pasado día 21.
La hipótesis de que el jefe de la diplomacia francesa, Dominique de Villepin, asuma el Ministerio de Interior en sustitución de Nicolas Sarkozy, que se ocuparía de Economía y Finanzas, cobró fuerza anoche en círculos políticos. Los rumores insistentes, de los que se hacen eco diversos medios de comunicación, apuntan a que Sarkozy ha aceptado la cartera de Economía y Finanzas.