Después de un fin de semana de soledad, calles tristes y sensación generalizada de funeral, la quinta avenida despierta súbitamente. La semana empieza con la apertura de Wall Street y la gente comienza a hacer vida «normal». El canal 41, de habla hispana, recuerda con insistencia a los muertos y facilita los datos para la identificación de cientos de personas. Pero la vida sigue en Nueva York y todo el mundo calla y se resigna a sostener el «way american of life» con los ojos bajos. Se respira un ambiente de rabia contenida, de tristeza. El bar gallego Xunta, situada en la Primera Avenida, ha perdido gran parte de la clientela debido al mal ambiente que se respira en la ciudad. Apenas nadie sale y la animación ha bajado considerablemente. Sheila, camarera del establecimiento, asegura: «Generalmente el local estaba lleno a rebosar y ahora, mira, después del atentado nadie quiere divertirse. Creo que el atentado será muy malo, a largo plazo, para la economía de la ciudad. Ha sido un golpe durísimo para todos y nunca lo podremos olvidar».
De hecho, las principales companías que estaban instaladas en el World Trade Center están ubicando sus nuevas sedes fuera de Manhattan. La española Esther Sanz, residente en la Gran Manzana, certifica que «el alcalde de la ciudad, Giuliani, está acojonado, ha ofrecido locales en el centro para evitar que las principales empresas del país salgan fuera. Pero por ahora no ha conseguido hacer demasiado». Las medidas de seguridad siguen siendo tan estrictas como siempre. Intentamos subir al Empire State, edificio emblemático de NY (construido en 1930) que fue, hasta la construcción de las Torres Gemelas, el autentico símbolo de la metrópolis. Un policía impide la entrada a todos los turistas y curiosos y revisa con atención los carnets de los empleados del inmueble. Subir a las grandes alturas de la ciudad ha pasado, en apenas una semana, a ser una auténtica prohibición. En la calle Salvation Army, número 14, entre la 6 y la 7 Avenida, se reparte el pan que ha sobrado de las donaciones. Un cartel reza «free bread» y la gente coge con tranquilidad el excedente de un producto destinado, en principio, a los afectados por el atentado. La ayuda ha sido masiva, la ciudad entera se ha volcado en la caridad.
El barrio de Tribeca, lugar donde residió el fallecido John F. Kennedy júnior, se encuentra vigilado constantemente por efectivos militares y la policía del Estado. Decidimos acercarnos a una calle desde donde se pueden ver con claridad los desguaces metálicos de las Torres Gemelas, situadas en el Ground 0, la zona del desastre. Divisar los escombros no es una tarea fácil, ya que los efectivos de seguridad impiden el paso e imposibilitan tomar siquiera dos fotos seguidas. Unas tanquetas vigilan el paso y algunos curiosos se agolpan junto al precintado. Nueva York es una ciudad asustada, llena de miedo y de desconfianza. Las heridas tardarán en cicatrizar.