ENVIADOS ESPECIALES A NUEVA YORK
Nueva York está triste. No se había visto nunca a tan poca gente por la calle. Normalmente se necesita para ir del aeropuerto JKF a Nueva York una media de una hora y treinta minutos, debido al intenso tráfico. Realizamos este trayecto en apenas 25 minutos, en un ambiente de desolación. Es impactante ver cómo en cada calle de Manhattan cuelgan de las paredes centenares de fotografías de desaparecidos. Scott Vanel, Claudia Martínez Forster, Anthony Luparello, Jill Metzler, Joahnan Sigmund, Judy Fernández, Steven Harris, Mario Nardone son algunos de los nombres de esos miles de víctimas que recuerdan a cada instante la magnitud de la tragedia.
Llegar a una ciudad como Nueva York no fue fácil. No hay que olvidar que EE UU está técnicamente en guerra. En el aeropuerto de Barajas pasamos por varios controles. En facturación registraron las bolsas de mano y sin otra objeción nos dejaron pasar. Una mujer residente en Norteamérica de origen árabe, cuyo nombre no quiso facililar, tuvo muchos problemas para pasar el primer chequeo. Le hicieron todo tipo de preguntas que ella apenas no supo contestar: «¿Cómo puede decir que usted es residente en América si no habla apenas el inglés?, ¿cuántos años ha vivido usted allí?, ¿tiene familia en EE UU?», le preguntó la encargada del puesto de inspección con insistencia durante más de veinte minutos. En el segundo control, tal vez menos estricto, se nos unió el embajador de España ante la ONU, Inocencio Arias, con su inconfundible pajarita a lo Tom Wolfe. En el avión, como es habitual, se nos facilitó el impreso de control de aduanas y un cuestionario (visa weaver). Lo rellenamos debidamente y horas más tarde nos preparamos para pasar el control del aeropuerto norteamericano, justo después de recoger el equipaje.
Después de esperar en una cola aproximadamente unos 30 minutos, pasamos una rigurosa entrevista: ¿Dónde residirá en el país? ¿Está aquí por negocios o por turismo?, fueron algunas de las preguntas. Finalmente, tras analizar concienzudamente el pasaporte, nos dejaron pasar, sin someternos a ningún tipo de cacheo policial ni registro. La zona acordonada por el atentado se extiende desde Canal Street hasta Battery Park, imposibilitando el paso a los curiosos. Cinco días después del atentado, la enorme masa de humo tóxico aún se puede apreciar, si bien ha perdido intensidad. Por la noche, desde New Jersey a Brooklyn, se ve aún más debido a los sistemas de iluminación de los bomberos y efectivos de rescate, que trabajan ininterrumpidamente durante la noche. Ha llovido dos veces desde el martes 11 de septiembre, pero aún no se han disipado los gases. La prensa internacional puede acceder a una terraza especialmente habilitada desde Police Plaza para tomar imágenes de las ruinas del World Trade Center. Sin embargo, el acceso es muy restringido y para conseguir el permiso hay que hacer una cola de unas cuatro horas, vigilados constantemente por la policía del estado. Se precisa un permiso especial para lo que hay que rellenar un complicado formulario.
En la facultad de derecho de la Universidad de Nueva York, el director de la biblioteca, Mendes Toussaint, decía: «Estamos muy afectados por lo ocurrido. Nadie aún se lo puede creer. Comprendemos que ustedes tengan el problema de ETA en el País Vasco, pero es que el atentado a las Twin Towers ha sido el peor, el más grande, el más destructivo de la historia». En Washington Square se hacía una ofrenda a los muertos, con cientos de flores y velas en el suelo. Un poco más lejos, el Hospital Saint Vincents de la Séptima Avenida, ofrecía un aspecto desolador con todas las paredes llenas de fotos de desaparecidos. Una mujer lloraba desconsoladamente junto a una de esas imágenes, postrada ya en el suelo. El sentimiento nacional es increíble, y en cada casa o edificio ondean las barras y estrellas. Nick, un anciano de origen irlandés, tiene un puesto de banderas en la quinta avenida. El mismo las realiza a mano, en plena calle. Dice que vende unas quinientas cada dia y, grita entusiasmado: «God bless America!».