La iniciativa fue presentada formalmente al secretario general de la OTAN, George Robertson, por el ministro de Defensa ruso, mariscal Igor Serguéyev, y explicada por el presidente Vladímir Putin como medida para generar «confianza» en Europa. Robertson, quien se entrevistó con Putin y otros altos cargos rusos, reveló que el Kremlin reconoce igual que la OTAN «el riesgo de proliferación» de tecnología balística en el mundo y que «hay que estudiarlo juntos».
El secretario general de la OTAN se reunió además de Putin y Serguéyev con el ministro de Asuntos Exteriores, Igor Ivanov, y con el presidente de la Duma o cámara de diputados, Guennadi Selezniov. Robertson y sus interlocutores se intercambiaron piropos y propuestas para el eventual escudo antimisiles en Europa, pero sin olvidar del todo el mar de fondo de los recelos mutuos Rusia-OTAN.
Putin, quien se reunió con Robertson en el Kremlin, aseguró que entre Rusia y la OTAN hay «muchos problemas de interés» común y citó específicamente «dos»: la futura ampliación de la Alianza Atlántica y el plan de defensa antimisiles «en sus diversas versiones». Ambas cuestiones han chocado con la rotunda oposición de Moscú, la primera por amenazar supuestamente «la seguridad» de Rusia, y la segunda por entender que el proyecto norteamericano socavaría el tratado ABM de misiles antibalísticos, piedra angular del desarme.
Robertson, en visita de dos días a Moscú, presentó a su vez «un paquete de propuestas sobre estabilidad estratégica, en particular sobre una defensa antimisiles» que no especificó. En medios de la Alianza Atlántica se reconoció que habían recibido la propuesta con sorpresa.