Al menos siete serbios murieron y otros 43 resultaron heridos ayer en un atentado con bomba, presumiblemente perpetrado por albaneses, contra un convoy de autobuses escoltado por la Fuerza para Kosovo (KFOR). La matanza, la más importante que han sufrido los serbios desde el fusilamiento de 14 granjeros poco después del inicio del protectorado internacional en Kosovo a mediados de 1999, produjo indignación en Belgrado y expresiones de condena por parte de la comunidad internacional.
Los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU condenaron el ataque y, según el presidente de turno del organismo, el embajador tunecino Said Ben Mustapha, «esta última tragedia sigue al reciente resurgimiento de la violencia en Kosovo, lo cual es totalmente inaceptable y debe ser revertido». Por su parte, el presidente de Yugoslavia, Vojislav Kostunica, criticó a la KFOR por no desarmar a los terroristas albaneses y agregó que «la comunidad internacional debe entender quién es el verdadero enemigo de la paz en Kosovo y los Balcanes y ha de empezar a actuar en consecuencia».
El ataque se produjo poco después de que el convoy entrara en Kosovo desde el interior de Serbia. En los siete autobuses viajaban unos 200 serbios procedentes de Kosovo y refugiados en Serbia que acudían a las tumbas de sus familiares y al histórico monasterio de Gracanica para asistir a una misa ortodoxa en el Día de los Difuntos.
Uno de los siete autobuses quedó completamente destruido por una explosión, cerca de la localidad kosovar de Podujevo, y entre los siete muertos y 43 heridos, diez de ellos de gravedad, se cree que hay varios niños. Según los primeros resultados de la investigación de la KFOR, el explosivo fue colocado en un tubo de canalización debajo de la carretera y fue activado a distancia al paso del primero de los vehículos del convoy. Nadie ha reivindicado la acción.